La nueva ortodoxia

La nueva ortodoxia

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Hay ocasiones en que un simple accidente, un acto que nadie planeó o imaginó, tiene consecuencias de largo alcance.

Es lo que acaba de ocurrir, hace algunos días, al interior del Frente Amplio.

Camila Polizzi es una candidata independiente que, hasta anteayer, contaba con el apoyo del Frente Amplio. Pero una intervención televisiva, en la que relativizó su apoyo al aborto libre, bastó para que entonces ese conglomerado la rechazara. La candidata a la alcaldía no se opuso al aborto (de hecho, se manifestó partidaria de su despenalización), sino que sugirió regular en base a causales la decisión de practicarlo. En su opinión debían, además, impulsarse políticas de prevención y salud para minimizar, insinuó, la decisión de abortar.

Eso fue suficiente:

“… no podemos aceptar —dijo el Frente Amplio— declaraciones de este tipo por parte de quienes pretenden representar a nuestra coalición en un municipio que ha sido dominado por las fuerzas más reaccionarias de la derecha y la vieja Concertación, aquellas que han sido centrales en la negación de los derechos sexuales y reproductivos”.

Obsérvese que la candidata a alcaldesa no se opuso al aborto, sino que manifestó una actitud reflexiva acerca de la forma de regularlo; pero eso bastó para que se la rechazara.

El incidente es de gran relevancia, no solo porque parece dar por resuelto sin más uno de los temas morales más controversiales del actual debate público (y que, por lo mismo, debe ser merecedor de reflexión en vez de gruesos dogmas, de deliberación en vez de simples condenas), sino porque pone de manifiesto la forma en que el Frente Amplio, o algunos grupos en su interior, conciben los programas partidarios.

A juzgar por este incidente, se está anidando en el Frente Amplio una suerte de ortodoxia, es decir, está expandiéndose poco a poco en él la idea que una identidad partidaria, o de una coalición política, requiere contar con decisiones específicas en cuestiones de política pública o legislativa (como en este caso, la relativa al aborto libre) a las que se estiman correctas o verdaderas y a las que sería necesario adherir de manera irrestricta y sin matices. Los partidos requieren, desde luego, una cierta doctrina, es decir, un cierto punto de vista general acerca de la vida común y de los objetivos a perseguir; pero al mismo tiempo, deben aceptar una amplia variabilidad a la hora de ejecutar políticas a la sombra de esa doctrina, o sea, alentar la reflexión de sus miembros acerca de la mejor manera de llevarla a la práctica. Y esto es justo lo que el Frente Amplio, a juzgar por esa declaración, no está dispuesto a admitir.

En otras palabras, está surgiendo en él un espíritu de ortodoxia.

Toda ortodoxia es, por una parte, la afirmación de algunas supuestas verdades a las que se tiene por indubitadas y más allá de la reflexión, y por la otra, la denuncia de quienes sostuvieron aquello que hoy se juzga un error. En el caso de este incidente, ambos aspectos del espíritu ortodoxo han quedado de manifiesto: el aborto debe ser libre y quienes se han opuesto a él son “las fuerzas reaccionarias de la derecha y la vieja Concertación”. Lo primero es el dogma, lo segundo, el tardío anatema.

Por supuesto, el tema del aborto es un aspecto clave en los derechos de la mujer y una de las cuestiones que merecen un debate abierto y sin prejuicios; pero se contribuye poco a él cuando en vez de esgrimir razones o alentar una discusión en torno a las complicadas cuestiones de moralidad que conlleva, se enarbola un punto de vista específico al que se erige como un dogma del que nadie debe apartarse so pena del exilio interior.

Para advertir los alcances de lo que acaba de ocurrir en Concepción, basta pensar en las consecuencias de un incidente como este para cualquier alianza política del Frente Amplio con partidos o movimientos que no suscriban lo que acaba de ser erigido como dogma. ¿Solicitará de aquí en adelante el Frente Amplio una adhesión explícita a ese sorprendente artículo de fe o a otros semejantes a quienes quieran ser sus socios en la lucha política?

La democracia es una forma de convivencia no entre los partidos, sino también al interior de ellos. Ella exige de los ciudadanos contar con ideas y puntos de vista acerca de la vida en común; pero al mismo tiempo, es un revulsivo contra cualquier forma de dogmatismo como este que, por desgracia, se está insinuando en el Frente Amplio, el que por esta vía arriesga convertirse en un pálido sustituto del compromiso religioso. (El Mercurio)

Carlos Peña

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