Anteayer, el Papa Francisco eligió visitar la cárcel de mujeres de San Joaquín. Pocos lugares deben simbolizar en forma tan nítida la justicia (e injusticia) como una cárcel (de mujeres). Mujeres cumpliendo condenas que por añadidura implican castigos a sus familias, a sus hijos.
Hijos que tendrán que salir adelante en la vida solos; hijos encerrados con sus madres, sin saber que al cumplir dos años y un día (casi como una condena), serán separados de ellas sin mayor explicación; hijos derivados al Sename donde ya sabemos que sufre el hijo y sufre la madre, o hijos que no serán capaces de romper el círculo de la delincuencia y terminarán presos, igual que sus madres.
Todo en la puesta en escena emocionaba hasta las lágrimas. El discurso de Janette, en representación de las reclusas; el himno compuesto por ellas mismas (Pastor con olor a oveja), el saludo y agradecimiento del Papa a las gendarmes y, por cierto, las palabras de esperanza del Pontífice.
“Estar privadas de libertad no es sinónimo de pérdida de esperanza”. Francisco les habló de gestar futuro, de no dejarse cosificar y de no matar la esperanza. Les dijo que nadie puede ser privado de dignidad, y que ser privado de libertad no es ni puede ser lo mismo que ser privado de dignidad. Les dijo que ellas deben luchar contra todo tipo de etiqueta que les diga que no se puede cambiar. Les dijo que la dignidad se contagia —más que la gripe—, porque la dignidad genera dignidad.
Asimismo, les habló de reinserción. Les dijo que todo esfuerzo que se haga por luchar por un mañana mejor siempre dará frutos y se verá recompensado. Les pidió mirar hacia la reinserción futura y les dijo que la sociedad tiene la obligación de reinsertarlas a todas.
El mensaje del Papa Francisco iba aparentemente dirigido a mujeres presas, pero es aplicable a todos los más vulnerables de la sociedad. A todo aquel que se encuentre privado de cualquier tipo de libertad; a los niños del Sename, a quienes se encuentren sumidos en la pobreza o en la esclavitud de las drogas. Y el llamado es a mirar el futuro, a nunca perder la dignidad y a poner su mayor esfuerzo por salir adelante.
También hay un llamado a la sociedad entera a no olvidar nunca que todos los reclusos, sin exclusión, son seres humanos con su dignidad intacta. Que es nuestra obligación apoyarlos, entregarles las herramientas necesarias para reinsertarse, para prepararse para la vida futura y tener la oportunidad de romper el círculo en el que han caído, muchas veces, por circunstancias ajenas a su voluntad.
Las palabras del Papa a las mujeres fueron estremecedoras. También escuchar a la hermana Nelly León, de la pastoral carcelaria, decir que “en Chile se encarcela la pobreza”. Para que esto no sea así, para que ser pobre, estar privado de libertad o en una residencia del Sename no sea sinónimo de pérdida de sueños y esperanza, debemos tomarnos en serio el llamado del Papa Francisco y hacer algo ahora. El Estado, pero también la sociedad civil. Todos. (El Líbero)
Carol Bown, abogado, magister en Políticas Públicas