“Hace casi 30 años, con unidad, fe y esperanza, los chilenos realizamos con notable éxito la Primera Transición, la que nos permitió avanzar hacia una sociedad con libertad y con democracia. Pero esa transición, admirada en el mundo entero, ya es parte del pasado, ya es parte de la historia. Por eso, los chilenos hoy día, con la misma fe, unidad y esperanza, tenemos que emprender la Nueva Transición, aquella que nos va a conducir hacia un Chile desarrollado y sin pobreza”.
Con estas palabras describió el Presidente Piñera desde el balcón de La Moneda, la visión del país que aspira a construir hacia el futuro. Establecía así como norte esta “Nueva Transición”, la que indefectiblemente refiere a la que ya vivió Chile a partir del gobierno de Patricio Aylwin, pero que se diferencia en sus propósitos. La primera nos devolvió la libertad y la democracia tras el régimen militar de Pinochet, pero esta nueva, afirma Piñera, nos llevará a eliminar por fin la pobreza y dejar el subdesarrollo. La expresión no sólo le permite al Presidente plantear un objetivo ambicioso en términos de desarrollo económico, sino que por su carga simbólica, transmite un aún más ambicioso objetivo político.
El período que hasta ahora conocíamos como “la transición” fue no sólo una etapa de desarrollo democrático, sino también de equilibrios políticos y consolidación económica. Sin embargo, como el término sugiere, la mayor referencia que tenemos de esa época es el éxito logrado en el tránsito de una dictadura a una democracia plena, proceso por lo que Chile es reconocido en el mundo entero. Los protagonistas de esta transición fueron los partidos reunidos en torno a la Concertación y sus figuras, pero con particular fuerza Patricio Aylwin, quien fuera el primero en asumir la Presidencia tras la dictadura para tomar las riendas de la transición.
La primera comparación que se puede hacer entonces entre aquel período y esta “nueva transición”, es entre la figura de Aylwin y la de Piñera. Tal como Aylwin fuese líder de la Concertación, Piñera lidera hoy a la coalición de partidos que conforman Chile Vamos y, por tanto, éstos cargarán con la responsabilidad de protagonizar también esta nueva transición.
Pero queda mucho para saber si el gobierno de Piñera será el fundante de un período reconocido por todos los chilenos como “la nueva transición”. Primero, porque la administración saliente se empeñó en tratar de instalar su propio mito. La última etapa, más que cerrar su ejercicio con una buena gestión, pareció un frente de campaña en que el aparato estatal estuvo al servicio de la instalación del “legado” de la Presidenta Bachelet, que sin duda continuarán promoviendo ella y sus seguidores por un buen tiempo más.
Segundo, a diferencia de la primera transición, hoy el gobierno enfrenta una oposición política muy fragmentada y, probablemente, mucho menos dispuesta a colaborar con La Moneda de lo que estuvo la derecha con los gobiernos de la Concertación. Tercero, esta nueva transición exige extenderse por varias décadas para consolidarse como un nuevo mito político, pero no está claro cuán realmente cohesionados están los partidos de la coalición gobernante y si el liderazgo que hoy ha consolidado Piñera logrará trascender dejando a uno de sus filas en un próximo gobierno, y éste a su vez lo mismo cuatro años después.
Lo que corresponde esperar para declarar que la nueva transición es misión cumplida no será sólo cumplir con los objetivos concretos que Piñera ha enunciado, sino sobre todo, que para los ciudadanos la expresión suscite el recuerdo de un período virtuoso de acción política y gestión de gobierno, y de tiempos mejores para sus vidas. (El Líbero)
Nicolás Ibieta Illanes