El grupo no era masivo, pero sí organizado, y terminó con Kast refugiado en una bencinera para salvarse del linchamiento.
El aspecto de fondo es si José Antonio Kast tiene derecho a dictar una charla en el espacio democrático. Quienes afirman que no aducen que en muchos países, quienes niegan el Holocausto judío pueden afrontar distintas situaciones penales. Hay que recordar, por ejemplo, que la legislación francesa fue utilizada dos veces para condenar al ex líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, quien calificó las cámaras de gas de mero «detalle en la historia de la Segunda Guerra Mundial», o que la presencia de gitanos en una ciudad «puede producir urticaria y mal olor».
¿Es el caso de Kast equivalente al de Le Pen? Y si así lo fuera, ¿ameritaría detenerlo -como pidió el comunista Manuel Riesco- «a palos, si es necesario»?
José Antonio Kast es un derechista ultra, pero no un fascista ni un negacionista. Y si bien a Kast le gusta provocar, nada justifica la violencia, como han querido entrever diversos personeros de nuestra izquierda criolla. Se podrá estar en desacuerdo con sus posturas ultraconservadoras. Se le podrá enrostrar su incoherencia de defender una dictadura como la de Pinochet (que no solo prohibía charlas políticas en las universidades, sino que eliminó a muchos opositores).
Pero lo que diferencia a una dictadura de una democracia es precisamente el derecho a la libertad de expresión. Y ella se vio severamente comprometida en este caso.
La paradoja es que quienes simpatizan con el ataque a Kast siguen sin condenar las atrocidades cometidas por su propio sector y los millones de muertos de los regímenes comunistas… Por el contrario, de «callar a palos» saben bien. Por algo ha sido una práctica común en todos los regímenes de extrema izquierda. Basta ver las actuales milicias en Venezuela o las «manifestaciones espontáneas del pueblo» en Cuba, con el que acallan cualquier manifestación.
El derecho a pensar libremente y a expresar los propios pensamientos sin el temor a la represalia ha sido irreparablemente comprometido con el caso de Kast en Iquique. Y de entre las reacciones al hecho, dos han sido particularmente asombrosas.
En primer lugar, la del Frente Amplio. Dentro de ellos, humanistas y comunistas, en el fondo, estaban felices con lo que le pasó a Kast. Jackson, Boric y sus discípulos, en cambio, hicieron condenas tibias, llenas de letras chicas y de asteriscos.
Pero lo más increíble de todo fue la reacción de los académicos de la UNAP, los que calificaron la pretensión de Kast de hablar ante los alumnos como una «provocación de quien sabía que recibiría esta respuesta». El argumento no es muy distinto al de aquellos que justifican una violación, porque la mujer andaba con la falda muy corta.
Más insólito aún es que un conjunto de académicos interprete erróneamente a Aristóteles para justificar lo ocurrido (dado que supuestamente el filósofo aceptaría un hecho como éste porque, de acuerdo a la Ética a Nicómaco, todo tiene su límite, incluso las virtudes). No solo una fallida interpretación, sino que podrían haber leído en el mismo texto que Aristóteles señala que hay algunas acciones «cuyo solo nombre implica la idea de perversidad».
Parece ser que los académicos de la UNAP no solo no creen en el pluralismo, no creen en los modos de vida de una sociedad democrática, ni creen en que la tolerancia es una de las bases de cualquier universidad, sino que además -lo que es muy preocupante para quienes se dedican a enseñar- no saben lo que enseñan o no entienden lo que leen. (El Mercurio)