En su columna de ayer, Carlos Peña se pregunta si el Presidente Piñera y la derecha pueden liderar una agenda feminista. Su respuesta es negativa. Peña basa su análisis en dos argumentos, ambos incorrectos: el primero es que los políticos no pueden cambiar de opinión, que son prisioneros de sus posiciones iniciales, de las declaraciones de principios que hicieran en el pasado. El segundo es que la agenda feminista es indivisible, que debe ser vista como un todo, y que, por tanto, no es susceptible de ser fragmentada en distintos componentes.
Nos dice Peña que «cada uno está preso de sus actos pasados, de sus conductas previas». Esto indicaría que los políticos no pueden cambiar de opinión sobre cuestiones de importancia. Esta idea contradice la capacidad de pensar libremente y la habilidad de las personas -incluyendo los políticos- de procesar bajo nuevas fuentes de información, y desde distintas perspectivas, la situación histórica y política de un país. En una ocasión, el economista John Maynard fue acusado por un adversario de cambiar su punto de vista. La respuesta de Keynes fue fulminante: «Si las circunstancias cambian, y cambia la información disponible, desde luego yo cambio mi punto de vista. ¿Y usted, qué hace, señor?».
La historia está repleta de personas que, para bien, han cambiado de posición política: entre los ejemplos más importantes está el Presidente Lyndon B. Johnson, quien comenzó su carrera política como un congresista fiel a las políticas segregacionistas del sur, y terminó siendo el mayor líder de la integración y de los derechos civiles. Otro ejemplo es Mario Vargas Llosa, quien transitó desde un marxismo existencialista hacia posiciones liberales contundentes. Pretender, como hace Carlos Peña, que las visiones políticas sean pétreas, es negar la libertad de pensamiento y del discernimiento inteligente.
El segundo argumento de Peña, el de la indivisibilidad de las demandas feministas, es más complejo. La pregunta aquí es si hay componentes en estas demandas cuya negación implicaría rechazar esa visión como un todo. Peña plantea que esto es así, y que la posición con respecto al aborto determinaría la posibilidad de un grupo político a incorporarse, e incluso liderar, las demandas de las mujeres. Si bien siento cierta simpatía por este argumento, creo que un análisis detallado indica que es errado. Lo que Peña está planteando es que la oposición al aborto sería como «multiplicar por cero». Quien lo hace no puede declararse partidario del ideario femenino. Esto es lo que los economistas llaman una «solución de esquina», una posición de «todo o nada». Este tipo de soluciones raramente es óptimo.
El proceso político de las democracias representativas modernas es, justamente, buscar acuerdos en aquellas áreas donde los distintos bloques políticos tienen coincidencias.
El apoyo del actual Gobierno a muchas de las demandas feministas es una muy buena noticia para el país. Avanzar de inmediato en aquellos aspectos en los cuales hay acuerdo transversal es de esencia. Chile ha tratado mal a sus mujeres por demasiado tiempo. No podemos darnos el lujo de esperar a estar de acuerdo sobre todos y cada uno de los aspectos de las demandas para hacer enmiendas y movernos hacia una sociedad moderna. (El Mercurio Cartas)
Sebastián Edwards