Canibalismo simbólico-Valentina Verbal

Canibalismo simbólico-Valentina Verbal

Compartir

El día de ayer —y como respuesta a las palabras del Presidente Piñera, quien afirmó que Daniela Vega era un ejemplo de mujer en Chile—, el diputado evangélico RN, Leonidas Romero, señaló que ella no sería mujer, sino hombre; y que, incluso, ni siquiera tendría derecho a llamarse Daniela, sino Daniel.

Frente a lo anterior cabría formular la siguiente pregunta: ¿alguien cree realmente que Daniela Vega pretende “cambiar de sexo” en términos biológicos? O, dicho de otra forma, ¿alguien piensa seriamente que la actriz sufre una especie de alucinación, y que cree que es lo que en verdad no es, o que, sabiéndolo, busca engañar al resto sobre su identidad (biológica)?

Lo cierto es que las expresiones del parlamentario evangélico no solo reflejan una incomprensión absoluta de lo que realmente significa ser una persona trans, sino que también ridiculizan esta identidad de género.

Lo primero, porque, en rigor, ninguna persona trans cree que cambia de sexo. Lo que ocurre es que siente y expresa una identidad de género que no corresponde con aquella asociada a su sexo biológico original. En otras palabras, una persona trans no pretende engañarse o engañar al resto, como parece insinuar el parlamentario, sino vivir una identidad de género que no se condice con una determinada concepción cultural y moral de la sexualidad humana: aquella que dice que el sexo biológico debería determinar, directa y unívocamente, la identidad de género de la persona, así como sus roles de género (sus “funciones propias”) y su orientación sexual. De acuerdo a esta visión, “por naturaleza” un hombre debería sentirse y vivir como “hombre”, cumplir un rol social masculino y ser heterosexual. De lo contrario, sería un “desviado”, cuya desviación no debería nunca ser legitimada o reconocida por el Estado: ni por las leyes ni tampoco por las autoridades públicas. El diputado Romero se indigna, al punto de incluso llegar a amenazar con pasarse a la oposición, únicamente por el reconocimiento que el Presidente Piñera ha tributado a las personas trans.

Visiones como la del diputado pueden resumirse en lo que el célebre psiquiatra húngaro, Thomas Szasz (1920-2012) denomina “canibalismo simbólico”. Esta forma de canibalismo —a diferencia de los sacrificios humanos— consiste en buscar el sentido a la vida, deshumanizando o invalidando las de los “otros”, a los diferentes, cuya mera existencia se considera un desafío o amenaza al orden moral existente. Los caníbales simbólicos buscan chivos expiatorios para preservar e imponer al conjunto de la población su propia visión de las cosas.

Como sostiene Szasz, la idea de canibalismo simbólico constituye una vieja estrategia en Occidente para establecer víctimas propiciatorias, que apunten a aumentar el sentido de cohesión en torno a fines unitarios de carácter moral, impuestos coactivamente a partir del sacrificio de las minorías, que terminan siendo consideradas como enemigos sociales. Por lo mismo, históricamente, la invalidación de estas personas ha pasado por el encierro, por la catalogación de ellas como enfermas mentales y, sobre todo, por las fuertes restricciones a la autonomía individual.

Dicho lo anterior, quizás el problema no sea tanto que los conservadores —como el diputado Romero— no sean capaces de entender el significado de las diferencias identitarias —y de la riqueza que ellas puedan suponer—, sino, sobre todo, su incesante esfuerzo por presentar a algunas personas como tan radicalmente distintas de las demás, que la mayoría no pueda ya ver en ellas a un “igual” en el que pueda reconocerse; en su esfuerzo por estigmatizar a tal punto a “los diferentes”, que la identificación de las mayorías con ellos como seres igualmente dignos y libres resulte imposible.

Pero, probablemente, lo más incomprensible es que algunos que se visten con ropajes “liberales” no sean capaces de darse cuenta que la coacción en contra de la libertad individual surge, en primer lugar, del canibalismo simbólico descrito por Szasz. En este sentido, ¿cuántos liberales en nuestro país se darán realmente cuenta que, para luchar por un orden social libre, hay que hacerlo no sólo a favor de bajar barreras legales, sino también culturales y simbólicas? ¿Acaso no deberían combatir la opinión según la cual la libertad individual encuentra su límite en una supuesta “esencia natural”, de la que se siguen normas conforme a las cuales vivir la propia vida? ¿No constituye esta visión una forma de opresión, sobre todo cuando hace causa común con el aparato coercitivo del Estado? (La Tercera)

Valentina Verbal

Dejar una respuesta