En medio de la expectación generada por el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, el brutal tiroteo ocurrido en Pittsburgh y el dramático avance de la columna de migrantes centroamericanos hacia la frontera sur de Estados Unidos, una noticia de particular importancia pasó inadvertida para muchos medios locales: el encuentro en Beijing entre el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, y el presidente de China, Xi Jinping.
Esta fue la primera visita oficial de un jefe de gobierno japonés a China en siete años y representa un importante paso en el proceso de recomposición de las relaciones entre ambas potencias asiáticas, luego de un periodo marcado por roces y tensiones de diferente tipo.
Durante la visita, que se extendió por tres días, Abe también se reunió con el primer ministro Li Keqiang, oportunidad en la que abordaron de manera concreta el tema de la cooperación mutua. “Ambos sentimos que nos interesa mantener una relación China-Japón estable en el largo plazo, algo que beneficiará también a la estabilidad de la región”, afirmó Li.
Dentro de los acuerdos alcanzados durante la visita oficial, estuvo la reactivación del intercambio de monedas entre Japón y China, el cual se encontraba suspendido desde 2012, luego que Tokio decidiera “nacionalizar” las Islas Senkaku, un territorio en disputa ubicado en el mar del Este de China, y que Beijing reivindica bajo el nombre de Islas Diaoyu.
Esto permitirá que los respectivos bancos centrales reanuden el intercambio de divisas por un monto cercano a los US$ 28.668 millones. También se estableció un marco de cooperación para resolver eventuales incidentes marítimos e impulsar conversaciones sobre innovación y propiedad intelectual; y se planteó la posibilidad de avanzar hacia una cooperación económica más amplia y construir una eventual zona especial de comercio entre China, Japón y Corea del Sur.
Además, el primer ministro Abe invitó al presidente Xi a realizar una visita oficial a su país durante el próximo año, cuando Japón sea el anfitrión de la próxima cumbre del G-20.
Todo lo anterior es de especial importancia, considerando que tanto Tokio como Beijing están impulsando importantes iniciativas paralelas de integración y cooperación trans-regionales. En el caso de China, estamos hablando de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (que algunos llaman la “Nueva Ruta de la Seda”), que involucra millonarias inversiones en infraestructura entre China y Europa, a través de África y Medio Oriente.
Por su parte, Japón ha puesto sobre la mesa la Estrategia del Indo-Pacífico Libre y Abierto, que busca fortalecer la conectividad entre Asia y África para promover la estabilidad y la prosperidad de los países involucrados. Y que cuenta con el respaldo de EE.UU., India y Australia, entre otros países.
Todo esto, en un contexto en el cual Beijing busca fortalecer sus lazos con otros actores relevantes de la región y el mundo, en el marco de la actual guerra comercial con Washington. Asimismo, Japón desea ampliar sus alianzas ante la posibilidad de que EE.UU. (su principal socio en el campo de la política exterior) decida replegarse de Asia, tanto en lo económico como en términos de seguridad. Un fantasma que, ciertamente, ronda la región desde que Donald Trump decidió retirar a su país del proyecto original del TPP11, a comienzos de 2017.
China y Japón, países que fueron enemigos en el pasado, hoy son dos actores clave dentro de Asia y a nivel mundial. De modo que Occidente —y Chile, ciertamente— no deben perder de vista los pasos que den estos dos gigantes, ya que de una u otra manera, están delineando el futuro de una región que es y seguirá siendo clave durante este siglo. (La Tercera)
Alberto Rojas