Aunque sabemos que la democracia real la define “primero la voz y después el voto”, poco se habla del estado de la libertad de expresión en Chile, garantía del resto de nuestros derechos. Medios libres permiten que la ciudadanía monitorice correctamente las claves de la acción de los poderosos, entre ellos sus representantes elegidos.
Para la ONG Reporteros Sin Fronteras, estamos en el puesto 46 entre 180 países; quedamos tras Botswana y Tonga. Venezuela y Cuba están más atrás. Su bajo respeto a los periodistas los tiene en los puestos 148 y 177, respectivamente. Los modelos están en el norte de Europa, en el cercano Uruguay, que está en el puesto 19, y en Costa Rica, que está en el 10. Como todo ranking es discutible, pero ilumina.
La condena del CNTV a una rutina del personaje Yerko Puchento sirvió para que la libertad de expresión se cuele en el debate nacional. El principal ejecutivo de una empresa informativa se defendió en un comunicado recordando su importancia. Desde el punto de vista de la ética de las comunicaciones, varios pensamos que la rutina incluyó “una ofensa inútil e injusta”. Pocos defienden la conveniencia de un sistema de medios que permita todo. Nuestra sociedad en estos meses viene justamente aumentando su exigencia, también al humor. Un medio debe tener una línea editorial y definir sus límites, en su interior no hay censura cuando existe una edición profesional coherente. El mismo ejecutivo que firmó el comunicado oficial del canal reconoció que habían decidido prescindir del personaje por la vulgaridad penalizada.
La discusión permite revisar una legislación mezquina con la libertad de expresión. El constituyente de los años 80 la puso bajo la vida privada, incluso la pública. Algunas reformas han hecho mejoras, al menos ahora está al mismo nivel de la honra, aunque también se puso en ese nivel a la protección de las bases de datos. Estamos lejos de darles a los periodistas la protección que tienen en Estados Unidos o Colombia.
Las razones que cuestionan que la televisión abierta tenga un control más severo tampoco garantizarán la libertad. Nuestros jueces, zigzagueantes respecto de los medios tradicionales, están incómodos con la evolución que estos experimentan en el contexto de las redes sociales y dispositivos móviles. Desde los tribunales se mira con recelo la fuerza del debate social que resuelve lo que antes decidían los expertos. En sus fallos los jueces ningunean estas libertades prohibiendo “informaciones verdaderas, pero dañosas”. Nuestra Corte Suprema se ha equivocado gravemente al aplicar las teorías del derecho al olvido de formas que no pueden suceder en países que defiendan mejor sus libertades.
Debemos legislar para garantizar que el periodismo sea más activo ante el abuso que minó la confianza en Chile. Esto es relevante cuando el mercado pierde fuerza para defender esa libertad. El sistema de medios está en crisis y sus redacciones pierden cabeceras y profesionales.
Daniel Innerarity dice que la política funciona cuando resuelve los problemas de los que no tienen otros que los defiendan. Para ese filósofo los buenos políticos son los que hoy la practican asumiendo la perplejidad propia del que entiende que no está siendo capaz, no está dando el ancho. Chile necesita más libertad para que sus periodistas garanticen que no se vuelvan a invisibilizar los dolores de la sociedad, para mantener perplejos a los buenos políticos. (El Mercurio)
Eduardo Arriagada