El Partido Socialista enfrenta este fin de semana un momento decisivo. Constituido su Comité Central, deberá designar a una Mesa Directiva que tendrá la misión de recomponer las confianzas y los vínculos internos, proponer iniciativas para enfrentar la reciente crisis y hacer frente públicamente al daño reputacional que sin duda ha provocado todo el proceso que significó la última elección interna. Esta no es una tarea menor, porque se trata ni más ni menos que del principal partido de la oposición y de uno de los partidos más importantes del espectro político en Chile. Mal que mal, le ha dado tres Presidentes a Chile desde la recuperación de la democracia.
Es cierto que no sólo en Chile, sino que en el mundo, los partidos políticos gozan de bajos niveles de popularidad. Entre otras cosas, porque son percibidos por la mayor parte de la ciudadanía como instrumentos de conquista del poder, que se alejan de la preocupación por el bien común. Hay en esto un problema transversal y que tiene que ver con el deterioro y la falta de respuesta de las democracias representativas a los dilemas que hoy enfrentan las sociedades. No es menor que en este cuadro, reconocerse militante de partido más que un motivo de orgullo, signifique para muchos un dato biográfico digno de esconder. No obstante, siguen siendo los partidos políticos instituciones relevantes que, al menos en el deber ser, representan ideas de sociedad, preparan cuadros políticos y expresan reivindicaciones y demandas para incidir en el complejo proceso de toma de decisiones políticas. En tal sentido, los partidos políticos son y seguirán siendo instrumentos vitales para la calidad de la democracia.
En este cuadro, si bien el Partido Socialista constituye la colectividad con la mayor bancada en la oposición, no es menos cierto que ha perdido influencia en el debate público. Esto ocurre, entre otras cosas, por la pérdida de identidad y de discusiones sustantivas tanto en lo interno como en la sociedad. Un ejemplo de esto es lo sucedido en la última elección interna, que puso por delante la disputa de liderazgos por sobre el debate de ideas, en un momento, además, donde ser oposición sin coalición política ha traído más de un dolor de cabeza. En tal sentido, el problema no es cuantitativo, sino que cualitativo. Sin lugar a dudas, el desafío que existe por delante es de reinterpretación de una sociedad cada vez más compleja y atomizada, donde las formas tradicionales de organización han sido superadas por formas de expresión y por temas diferentes, que requieren nuevos marcos interpretativos. Por cierto, esto no es la mentada idea de “volver a la base” como algunos sostienen, porque primero hay que entender que “la base” social hoy en día es más demandante, desconfiada y diversa.
Así las cosas, el Partido Socialista enfrenta una encrucijada que, bien sorteada, puede significar reposicionarlo en su rol clave, hoy desde la oposición, pero mañana, si las cosas se hacen de manera adecuada, desde el gobierno. Ello requiere señales contundentes y claras, acciones que promuevan la democracia interna, medidas tajantes contra la corrupción y que, de una vez por todas, prime el sentido colectivo y la mirada de futuro.
Ello, puede ser, sin duda, no sólo una buena noticia para el mundo socialista, sino que un faro de esperanza para la alicaída situación de los partidos políticos en Chile.
Gloria de la Fuente/La Tercera