Esta semana que se inicia es un punto de inflexión cultural en nuestro país, porque la simbólica celebración de la Independencia, con los feriados del 18 y del 19, coincide con el inicio de la primavera y con un cambio en el clima muy marcado. Es una época de unidad, de entusiasmo compartido, en que parrillas, encuentros familiares y aguinaldos nos predisponen a ver la vida con optimismo.
Sin embargo, este año “el 18” nos encuentra en un estado de soterrado pesimismo, hay algo en el ambiente que nos hace mirar el futuro con escepticismo, ya no estamos tan seguros de que vamos por buen camino, ha caído la confianza, el sueño de ser un país desarrollado ni se menciona, escasean las buenas noticias y abundan las negativas. ¿Qué pasó? ¿En qué momento el país estable, pujante e incluso un poco soberbio, se convirtió en uno un tanto amargo, áspero y brutalmente desconfiado?
Mi tesis es que ello ocurrió cuando se rompió el consenso sobre el que funcionaba el sistema político. El contenido de ese acuerdo era muy simple: modelo de desarrollo y un sistema jurídico institucional que lo garantizaba. La Concertación era un pacto de centroizquierda cuyos conductores creían en eso, lo criticaban, tenían un discurso reformista, pero los intentos de cambio reales eran marginales; cualquier cosa que fuera más allá era solo retórica y eso se percibía.
En cierta ocasión, un siquiatra me dijo que la ansiedad es el estado de ánimo que se produce cuando nos vemos expuestos a un mal cuya ocurrencia no depende de nosotros, sino de factores que no controlamos; es la incertidumbre la que provoca la ansiedad. Por eso, sostengo que el pesimismo actual no es económico, es político, y tampoco tiene relación con la gestión del gobierno, es mucho más profundo y transversal.
Después del gobierno del Presidente Aylwin, en todas las elecciones presidenciales posteriores, los chilenos sabíamos que el rumbo del país se mantendría en lo esencial, sin importar quién ganara. Hoy es exactamente al revés: aunque supiéramos quien va a ganar, no estamos seguros de cuál será el rumbo; ya no existe esa estabilidad esencial. La discusión política se ha polarizado y, con ello, ha perdido sintonía; ha perdido nivel, con lo que se ha deteriorado la respetabilidad ciudadana; ha perdido el rumbo, porque se ha farandulizado, el aplausómetro es la ideología que reemplazó a las ideologías.
El sistema político no puede pedirles optimismo a los chilenos, si no les ofrece certezas básicas. En una sociedad sana, los proyectos de vida no dependen de las disputas marginales de la política electoral, sino del núcleo central de consenso, por ello no hay ansiedad. Recuperamos el consenso perdido o seguiremos pesimistas, incluso en primavera.