“Para un ciego todo golpe es repentino”. Así reza el dicho, que hoy desgraciadamente es aplicable a una gran parte de la clase dirigente de nuestro país, que simplemente no lo vio venir, a pesar de que las señales estaban ahí, hace rato.
¿Cómo se sentiría usted si, habiendo realizado un enorme esfuerzo, ese hijo suyo, el primero que alcanza un título profesional en la familia, no encuentra trabajo o el que consiguió está lejos de ser el que le anticiparon, y no le da para pagar el crédito que contrajo? ¿O cómo se sentiría si le prometieron jubilarse con un 70% de su sueldo, pero lo que ahora recibe no le alcanza para vivir? ¿Y si le dijeron que tendría un mucho mejor sistema de transporte público que el anterior, por el mismo precio, pero la realidad es bien distinta? ¿Y si le garantizaron el acceso expedito y gratuito a la salud, pero la lista de espera es para meses o años, y los remedios son muy caros?
¿Cómo se sentiría? Probablemente decepcionado. No de usted mismo, que se ha esforzado y surgido, y por lo cual se siente orgulloso, sino del “sistema”. Y ese sistema tiene rostro: los políticos que usted elige (y para qué ir a votar si nada cambia), y aquellos empresarios que abusan (y le cuesta separar aquí la paja del trigo, porque no los conoce). Esa decepción, transformada en impotencia y rabia, la canalizó a través de marchas en las que participó activamente o apoyó a la distancia, porque no tenía tiempo disponible para salir a la calle. Y así, estuvo con los pingüinos y con los universitarios, y con los que se manifestaron en contra de los precios de los remedios y de las AFP, y tal vez con los que alzaron la voz por Hidroaysén y las farmacias, y La Polar, el confort y la crisis ambiental en Quintero.
Más de diez años de frustraciones acumuladas, y nada parece cambiar. Es cierto que surgen nuevas caras, piensa usted, pero al final terminan siempre en lo mismo, peleándose unos con otros por cuotas de poder y mayores privilegios, y no resolviendo los problemas que aquejan a los ciudadanos. ¿Cómo se explica, si no, que esos políticos lleven tres años discutiendo la reforma al sistema de pensiones? ¡Cómo!
Las señales estaban, ¿qué duda cabe? Y hace rato. ¿Por qué, entonces, no se les puso atención antes? Permítame ensayar algunas posibles respuestas.
Una primera tiene que ver con el llamado modelo de desarrollo, que para algunos es sagrado e intocable y, para otros, endemoniado y desechable. Queda cada vez menos espacio, por lo tanto, para conversar acerca de mejoras al modelo, como se hizo en los 90, con mucho éxito. Aquí vale la pena recordar algo que solemos no mirar: Chile es el único país que se ha acercado tanto al desarrollo teniendo niveles tan altos de desigualdad. Eso significa que no podemos quedarnos en recetas envasadas, sino que debemos ser creativos, atreviéndonos a plantear preguntas difíciles y a aprender, dejando de lado el miedo a que el modelo se pueda desplomar.
Otra respuesta posible está en ciertos rasgos de nuestra clase política que exacerban la ceguera, sea porque se asimila la política a la buena gestión, sea porque se entiende la política desde una cosmovisión. En ambos extremos, el resultado es la desconexión con el sentir de las personas, porque en el primero el foco se pone en las tareas y en el segundo se pone en las consignas.
Y una tercera, que nos toca a todos, tiene que ver con el tipo de cultura social que hemos ido construyendo, en el cual el espacio de lo público y la idea de un nosotros son débiles. Vivimos en barrios segregados, estudiamos en universidades cada vez más homogéneas, enjuiciamos al que es distinto y andamos luciendo nuestros privilegios. Así, es difícil ver al otro, y terminamos cada uno en su metro cuadrado. Ese encuentro con el otro es lo que, excepcionalmente, muchos han experimentado en las manifestaciones pacíficas de estos días, incluyendo una imagen tan simple y emotiva como el abrazo de una mujer a un carabinero. Son esos encuentros con otros los que permiten construir un nosotros.
Las señales han estado ahí, para todos, pero muchos no han querido verlas. Y especialmente grave ha sido la ceguera y sordera de los políticos, llamados por su rol a escuchar a la ciudadanía, a discernir y a alcanzar acuerdos, cediendo sus intereses partidistas en beneficio del progreso del país. Y ni siquiera hoy parecen acusar el golpe.
Lo urgente ahora es unirse para terminar de restablecer el orden. Y el desafío que viene a continuación es mantenerse unidos, dialogando, para no quedarnos en el mismo orden. (El Mercurio)
Juan Carlos Eichholz