En enero de 2009, el vuelo 1549 de US Airways levantaba sus ruedas para dejar la pista. Tras haber despegado, de pronto fue impactado por una bandada que terminó por hacer que fallaran ambos motores de la máquina. La situación no era para nada esperanzadora. Sin embargo, el capitán se armó de valor y tomó una decisión que terminó por salvar la vida de todas las personas que iban en el viaje: amarizar en el río Hudson.
Probablemente muchos de ustedes conozcan esta historia. No solo acaparó gran parte de los medios en ese entonces, sino que después se hizo una película que quizás más de alguno ha visto. En fin. Hoy escribo no con el objetivo de hacer una crítica cinematográfica. La verdad es que la semblanza de este suceso me ha hecho pensar sobre un aspecto particular relacionado a lo que hemos vivido tras el estallido de octubre.
Cada vez que este tipo de situaciones suceden, se suele hablar y destacar los aspectos más violentos y poco alentadores del hecho. Con esto no quiero decir que no se debe reprochar el mal actuar de quienes utilizan las profundas causas de una acción colectiva que no persigue el terrorismo ni el oportunismo. Equivocadamente hay quienes la han secuestrado, utilizando razones normativas, con fines meramente ideológicos. Pero hay tanto más bajo aquella nube que trata de entorpecer el camino de las personas que buscan un Chile con más y mejores oportunidades.
En este sentido, y relacionado al actuar de aquel piloto que se encontraba en una situación crítica, quisiera exponer algunas palabras a quienes han tenido el coraje de manejar de la mejor manera posible un ambiente que ha tendido con elocuencia hacia el caos. Esto, especialmente, cuando la vía de escape más oportuna es abandonar una nave que algunos creen que se va a estallar. No critico a quienes tienen miedo, pero sí me pongo de pie para aplaudir a todos quienes se han atrevido a quedarse por nosotros; a quienes han aceptado el reto, sin intentar destruir al escenario ni sus actores; a quienes no se han mostrado indiferentes a las necesidades y demandas sociales; a quienes a pesar de pensar distinto, han priorizado el diálogo y los acuerdos, sin ser ambiguos en condenar la violencia -venga de donde venga-, ni ceder a las presiones.
Ser un líder positivo en uno de los momentos más agitados desde que regresó la democracia, es una de las tareas más importantes que podría enfrentar cualquier persona en lo político-social; más aún cuando la tendencia a ser “digno de admiración”, pareciera estar ligada de forma directa a la confrontación. Por eso y mucho más, quiero agradecer a quienes sin miedo se han puesto de pie frente a aquella pequeña turba enardecida que intenta con sus gritos y agitaciones opacar el diálogo de quienes están en búsqueda de un país mejor; gracias a quienes con templanza y persistencia caminan hacia el perfeccionamiento de Chile; gracias a aquellos corajudos que se han atrevido a retomar el avión y están intentando aterrizarlo en un lugar que sea mejor para todos, sin escapar del desafío y sin huir a la desesperación. (La Tercera)
Sebastián Izquierdo