Tratemos de repasar lo que sabemos acerca de uno de los actores fundamentales en este “conflicto”, “estallido”, “crisis”, “insurrección” o como quieran llamarlo. Me refiero a Carabineros de Chile. ¿Qué podemos decir de ellos, que no sea lo que repiten como un mantra las redes sociales?
Lo primero es que, si bien siempre fueron uno de los motivos de orgullo nacional, la situación que comenzó el 18 de octubre los encontró mal parados. Recién habían tenido lugar varios desgraciados episodios de corrupción entre un número apreciable de altos oficiales, lo que dañó seriamente su prestigio. Además, nuestros policías eran pocos, no tenían un entrenamiento adecuado para este tipo de situaciones y estaban insuficientemente equipados. Lo de “pocos” no es irrelevante: el número de policías por habitante que hay en Santiago resulta ridículo si se lo compara con el de ciudades como Buenos Aires o Nueva York.
En segundo lugar, los tiempos actuales no resultan propicios para una institución cuyo lema es “Orden y Patria”. Hoy, mucha gente solo quiere hablar de sus derechos o libertades y siente alergia ante conceptos como orden y responsabilidad, que están en la base de nuestro cuerpo de Carabineros. Y de patria no hablemos. El término ha quedado vacío y en los últimos años se ha reducido al apoyo de las barras a la selección… cuando ganaba. De los símbolos patrios, con suerte, se salva la tricolor. Si no, pregúntenle a Baquedano y Prat.
También sabemos que ha habido graves abusos por parte de las fuerzas policiales. Esto resulta innegable; además, nadie podrá consolar a quienes han perdido la visión. Pero también es claro que de estos hechos no se puede responsabilizar de manera indiscriminada a los 58.228 carabineros que hay en el país.
Por otra parte, para la oposición poco o nada democrática —y también para la oposición democrática pero oportunista—, los carabineros resultan indispensables en su estrategia política. El juicio sobre la acción policial es la pieza clave para atacar al Gobierno e intentar transformar nuestro régimen presidencialista en parlamentario mediante el abuso de las acusaciones constitucionales. En efecto, solo si los carabineros son gente perversa resulta posible acusar a ministros o al Presidente, que son los últimos responsables de su comportamiento. La oposición no ha sido capaz de presentar una propuesta seria sobre el orden público.
Los carabineros son el jamón de un sándwich ajeno. Se habla de ellos, pero en realidad se está realizando un juego completamente distinto. Si bien se dan cuenta, no pueden decir nada.
Por otra parte, esta semana Twitter e Instagram ardieron de furia ante las imágenes de un policía que apaleaba a un manifestante, cosa ciertamente mala e ilegal. Sin embargo, cuando un rato después se conoció lo que había ocurrido momentos antes (la anterior agresión de la víctima), esas mismas redes siguieron como si nada. Es más, cuando el ministro Blumel aludió al tema incrementaron su agresividad, como si no conocieran que nuestro propio Código Penal señala entre las atenuantes la de “haber precedido inmediatamente de parte del ofendido provocación o amenaza proporcionada al delito”. Una atenuante ciertamente no exonera de responsabilidad, pero ayuda a darle sus justas dimensiones.
Además, desde octubre nuestros policías están sometidos a una presión insoportable. Esta semana se conocieron las declaraciones de un oficial de Carabineros cuyo hijo, también policía, se suicidó en febrero fruto del acoso al que están siendo sometidos. En octubre había pasado cinco días en la UCI tras ser agredido por pacíficos manifestantes.
Para colmo de los males, nuestros carabineros no han recibido la debida protección del Poder Judicial, han sido sistemáticamente atacados por el Legislativo y cuando el Ejecutivo intenta hacer algo, que a mi juicio no resulta suficiente, llueven las críticas y acusaciones. Es decir, los tres poderes del Estado no parecen valorar de modo efectivo la acción de nuestras fuerzas de orden dentro de la legalidad y algunos directamente la impiden.
En suma, entre esos miles de carabineros exhaustos, que llevan meses defendiendo a los ciudadanos de un ataque que no cesa, se encuentra una parte importante de quienes han cumplido con su deber en esta crisis. Ellos se han tomado en serio las palabras de su juramento, que los lleva a “guardar y defender la vida de todos sus habitantes, rindiendo la mía, si fuese necesario, en defensa del Orden y de la Patria”.
¿Qué los sostiene? El valor de su palabra. Espero que el agotamiento que experimentan; la crítica a la que son sometidos; las constantes injusticias que se cometen en su contra; la denigración sistemática e insolente de su labor; la increíble ingratitud de tantos chilenos; el mal ejemplo que tiempo atrás dieron algunos de sus superiores; la frivolidad infinita de buena parte de la clase política; la falta de gente que dé la cara por ellos, y el odio con que son atacados física y verbalmente, incluidas sus familias, no los lleven a decir “basta, me aburrí, que venga otro a defender a estos ingratos; yo, cabo segundo, prefiero irme a ganar mis $750.071 a otra parte”. (El Mercurio)
Joaquín García Huidobro