¡Qué año el que se nos va! En el futuro se escribirán novelas, se realizarán películas, series y documentales, que cruzarán los siglos para mostrarle a las próximas generaciones qué ocurrió el año en que vivimos con incertidumbre, sin escuelas, con la muerte durmiendo a nuestros pies, amenazados por la pobreza y en ciudades dolorosamente solitarias y silenciosas.
Permítame cerrar este año reivindicando tres reglas de vida: responsabilidad individual, sentido del humor, la certeza de la muerte. Convertidas por la modernidad en incorreciones, el 2020 estuvo acá no solo para molestar y atemorizarnos, sino también para reincorporarlas como sensateces que hacen la vida más llevadera, y no como cargas que deben erradicarse.
Partamos por la responsabilidad individual. Su sola mención en una red social hoy nos convierte en blanco de insultos y de la superioridad moral de quien ve en las decisiones personales la expresión de deshumanización. Por alguna razón, tal vez porque se asocia al capitalismo y a la cultura del mérito, la responsabilidad individual ha pasado en los últimos años a ser sinónimo de egoísmo y de un Estado que pretende lavarse las manos con lo que, para muchos, es su obligación.
Quien mejor ha planteado lo ineludible que es que cada persona haga lo suyo para cruzar el momento más difícil del planeta en los últimos 50 años, es Angela Merkel. Lo ha reiterado desde marzo: la política responde asegurando atención de salud, dictando normas de protección, apoyando a la economía, controlando fronteras, etc. Y los ciudadanos deben cumplir esas normas, reducir al mínimo los contactos y cooperar con la trazabilidad.
En los albores del invierno chileno, faltó poco para que la oposición, la Presidenta del Colegio Médico y muchos “expertos” indignados en Twitter, culparan al Gobierno de la existencia misma del coronavirus. Nunca oí, en todo el año, un llamado serio a la responsabilidad, una regla que le ha permitido al ser humano sobrevivir durante millones de años.
En cuanto al sentido del humor, no se si para usted, pero para mi fue casi el único flotador al que agarrarme cuando al medio día nos daban malas noticias, nos encerraban cada vez en un espacio más pequeño, cuando la vida de millones de chilenos se recrudecía sin trabajo y cientos de familias cada semana enterraban seres queridos, sin despedirse, sin ceremonias, sin amigos, con apenas unas horas para llorarlos. Me reí de estupideces, de lo increíble que fue convertir al supermercado o la farmacia en el panorama más esperado o de la compulsión por ordenar y limpiar.
Si hay algo que irrita hoy a la masa, es la risa frente al dolor. Algo incomprensible, porque ¿puede haber algo más sanador que reírse en los malos momentos? ¿existe una fórmula más rápida y efectiva de soltar el miedo, que un buen chiste? El sentido del humor es un regalo y no una ofensa. Por favor, volvamos a reírnos cuando enfrentamos un problema, la seriedad para aceptarlo y actuar no puede condenarnos a la oscuridad y el enojo.
Y finalmente, la muerte. La obviedad de la única certeza que cruza nuestras vidas, es hoy un tabú. He visto como en muchas familias no se pronuncia la palabra muerte frente a los niños. La muerte no ofende, es simplemente un hecho que pondrá fin a nuestra existencia (la biológica al menos). Un fin anunciado desde nuestro nacimiento, un fin que la ciencia ha permitido retrasar, pero que ninguna ley, ni siquiera una nueva Constitución, podrá detener.
Dejemos por favor de tratar a la muerte como políticamente incorrecta. Mi homenaje para los más de 16 mil chilenos que dejaron de existir este 2020, por Covid y mi abrazo para sus familias.
Y para usted, buen último día de este inolvidable 2020. Y la esperanza de que el 2021 nos regresará a un mundo donde nos reencontremos un poco menos correctos y mucho más humanos. (El Líbero)
Isabel Plá