La realidad peruana previa a la elección presidencial en segunda vuelta es un problema. Los dos candidatos llegaron a esta instancia con votaciones bajo el 20%. Además, tienen altos niveles de desaprobación ciudadana. Algunos autores sostenían hace años que la democracia avanzaba sin partidos y que no eran necesarios. No había problema en generar partidos ad hoc para las elecciones legislativas e inventar todo tipo de acuerdos para mantener el sistema andando.
Por años se siguió así. Era la época de la felicidad porque el Perú había superado un régimen de dudosa calidad democrática. Un nuevo amanecer para la sociedad peruana que se comenzaba a proyectar como un lugar interesante para las inversiones extranjeras, a la vez que se percibía que como país se integraba a varios mecanismos regionales y globales de libre comercio. Sin embargo, de manera permanente se descuidaron las instituciones políticas, casos de corrupción judicial y quienes llegaban al Poder Legislativo no tenían ningún criterio para establecer una agenda coherente.
En ese contexto, lo que vino posteriormente fue la descomposición del estado de derecho y la democracia. Presidentes que terminaron con bajísimos niveles de aprobación. La mayor de las veces, procesados por corrupción. En el último período escaló el problema. Tres presidentes en dos años no terminaron el periodo presidencial por corrupción. Se necesitó llegar a un cuarto para poder hacerlo. A su vez, el coronavirus no ha dado tregua. Así y todo, la gente salió a las calles el año pasado, cansados de ver que la dirigencia política fue corrupta hasta con la distribución de las vacunas. Perú es una sociedad con una diplomacia de primer nivel. Tiene intelectuales y profesionales que dan prestigio. Es una sociedad heredera de una cultura precolombina que es un faro en el continente. Es por eso que resulta tan desconcertante el actual mapa.
Ahora enfrentan una segunda vuelta dos candidatos complejos. Por un lado, Keiko Fujimori tiene sus propios casos de corrupción que la han tenido en la cárcel. Por su parte, Pedro Castillo cuenta con muchos de sus seguidores que están en los márgenes del sistema político y acusados en el pasado de nexos con Sendero Luminoso. Él es acusado de populista.
Cuando la democracia avanza sin partidos ocurre lo predecible: todo el estado de derecho y la calidad de los que quieren competir por la primera magistratura tienen problemas. Es una lección que debemos aprender en el país. Cuando muchos creen que la alternativa de un régimen sin partidos claros es factible, miren lo que pasó en Perú. A su vez, los partidos políticos deben representar ideas, principios, tener coherencia, responsabilidad de sus militantes y representantes; propuestas sostenibles y financiadas; no cayendo en el populismo, la demagogia y desconexión con la ciudadanía. Se nos acaba el tiempo y cada vez es más cercana esa realidad. No da lo mismo. (La Tercera)
Soledad Alvear