El que tenga oídos, que escuche

El que tenga oídos, que escuche

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Dentro de las ilusiones de la época moderna, una de las más llamativas es la creencia de que el progreso traería indefectiblemente una victoria para la especie humana sobre los microorganismos. Los impresionantes avances en higiene, sanitización del agua, mejora del manejo de residuos biológicos, y la antisepsia produjeron cambios que se tradujeron en aceleradas caídas de la mortalidad infantil, mejoría de la capacidad productiva y la percepción de que las plagas, uno de los jinetes del Apocalipsis, estaban en retirada. El descubrimiento y desarrollo industrial de los antibióticos vino a reforzar esta idea, llevando a la necesidad de redefinir el mismo concepto de qué significa ser (o estar) sano: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS, 1948).

Esta medicalización de todos los aspectos de la vida se acompaña incluso de cambios en objetivos concretos. Es una “transición epidemiológica”, vinculada al envejecimiento de la población, y el foco de atención deriva a los determinantes sociales de enfermedad, y a la prevención y manejo de las enfermedades crónicas. Diversos autores, principalmente Foucault, han advertido sobre el exceso de medicalización de la vida privada y pública, desarrollando el concepto de Biopolítica, como un mecanismo de sujeción del individuo al nuevo poder sanitario, al que la ciudadanía se entrega con más facilidad que al poder político estatal.

Las pestes cambian la historia. Desde el Éxodo se menciona que uno de los motivos de la salida de los israelitas de Egipto fue una epidemia; o en el libro de Saúl, la grave enfermedad que afectó a los Filisteos, interpretada como castigo por haber robado el Arca de la Alianza. Atenas pierde la guerra ante Esparta producto de una grave peste. La de Justiniano precipita la caída final del Imperio Romano. Las murallas de Constantinopla se derrumban en parte gracias a la peste negra, que desde el s. XIV había exterminado a 1/3 de los europeos. Cuando el conquistador llega a América, trae como aliados a la viruela, el tifus y el sarampión, matando, se calcula, a más del 90% de la población nativa. La mal llamada gripe española, del año 1918 y siguientes, al finalizar la Gran Guerra, termina la resistencia alemana del frente occidental, obligándoles al Tratado de Versalles, fuente directa de la II Guerra Mundial. El listado de pandemias del siglo XX es extenso. Muchas de ellas se han podido controlar oportunamente gracias al aislamiento de los enfermos. Esta forma de separación de los enfermos, no de poblaciones sanas para protegerlas, se denomina cuarentena, y es una práctica antigua. Consideremos los Evangelios, con abundantes alusiones a la lepra y los aislamientos que afectaban a los marcados. Inexplicablemente, al menos en nuestro país, se insiste en usar equivocadamente el término de cuarentena para aislar a sanos, en lugar de encierros o confinamientos, que es la expresión correcta.

En la realidad, las enfermedades infecciosas globales, pandemias o pestes, están lejos de ser enterradas en la historia. El único caso en que se ha logrado es la viruela (cero-viruela), que solo en el s. XX mató a 300 millones de personas. Por el contrario, la amenaza de pandemias globales se hace cada vez más frecuente. Una diferencia no menor es que la invasión patogénica del ecosistema humano con potencial pandémico es cada vez más de origen viral que bacteriano. Las bacterias son máquinas autopoiéticas, seres vivos; los virus en cambio son mínimas partículas de material genético ADN o ARN, envueltas en una cápsula, que dependen de la maquinaria de las células que infectan para reproducirse.

Muchos consideran que este ritmo creciente de infecciones virales es una manifestación más del esfuerzo de destrucción del planeta de nuestra especie, que permite que se rompan equilibrios frágiles y los virus de origen animal se modifiquen y puedan infectar a humanos. ¿Resultará al fin de la historia que esas minúsculas partículas fueron más aptas para sobrevivir que el orgulloso Homo sapiens? El SARS-CoV-2, responsable del covid-19, pareciera advertir con furia: ¡¡¡¡enmienden el rumbo!!!!

Jaime Mañalich M.

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