Para algunos de quienes lo conocimos, aunque fuese periféricamente, resultó dramático ver a Miguel Ángel Aguilera ingresando a Santiago 1. Mal que mal, se trataba de alguien que, en algún momento, convivió con muchos actores relevantes del Partido Socialista, algunos incluso de la política nacional. Los que llegaron a conocerlo, compartieron visiones o proyectos comunes y ahora guardan silencio. Mas bien se lavan las manos al estilo Poncio Pilatos, como acaba de hacerlo su ex colectividad política.
Eso es precisamente lo que ha ocurrido con la actual mesa directiva del PS, que dirigen Álvaro Elizalde y Andrés Santander, y que se extiende a la propia candidata presidencial, Paula Narváez quien guardó un silencio bastante cómplice respecto del ex edil y que hoy, tal vez, podrían comenzar a pagar las consecuencias de esa omisión por no haber roto nunca el cordón umbilical con Aguilera.
MIGUEL ÁNGEL: AUGE Y CAIDA
Como se sabe el exalcalde recién defenestrado comenzó su carrera política, como muchos de nosotros, en torno a las luchas populares contra la dictadura. En ese contexto llegó a militar a una de las facciones del PS: la Renovación Socialista. José Miguel Insulza, quien llegó tarde al gobierno de Aylwin y ejercía a fines de los 80’ y principios de los 90’ como presidente del PS del regional más importante del país – el metropolitano –atrajo en esa condición tanto a Aguilera como a muchos a la que sería, por entonces, “la casa común de la izquierda”.
Por ese tiempo, Aguilera ejerció cargos de menor cuantía y cuando el actual senador por Arica comenzó a desempeñar roles relevantes en los gobiernos de la transición a partir de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se transformó en uno de sus tantos asesores, del mismo modo que el actual mandamás de la sede de calle Paris.
En el plano interno siguió vinculado al mundo de la renovación y fortaleció su relación con otros pro hombres del sector como Ricardo Núñez y de manera especial con Marcelo Schilling. Allí fue aprendiendo cómo “construir maquinaria interna”, “plancharse adversarios” y ascender en política. Es su incipiente control territorial lo que lo transforma en flamante concejal de la comuna a partir de 2000, condición en la que permaneció hasta ser electo como alcalde en 2012.
Es por esos tiempos en que va ascendiendo lentamente en el mapa político interno del PS hasta hacerse con un cargo de Comité Central que es cuando varios protagonistas de las mesas directivas de aquel periodo comienzan a escuchar sus sueños de grandeza, entre otros, hacerse con la presidencia del PS. Por entonces, Miguel Ángel, acostumbra como en “Perros de la calle” a usar trajes y corbata negros combinado con camisas blancas, lo que le gatilla varias bromas de sus colegas.
Participa activamente, como parte de la renovación de los pobres –o “flaite”, en oposición a la de los “Barones”- en el golpe de estado que defenestra a la directiva de Gonzalo Martner a fines de enero de 2005 para quedar en una buena pole position ad portas un probable Gobierno de Michelle Bachelet.
Camilo Escalona, quien conoce al dedillo la nueva sociología del PS, capta muy bien el fenómeno que representan, entre otros Aguilera, y ofrece cargos parlamentarios, municipales y de gobierno a diestra y siniestra a cambio de apoyar su push.
Sigue creciendo su poderío interno y en 2012 gana la primaria interna a alcaldes ante su eterno rival por entonces, y hoy secretario general del PS, Andrés Santander, haciéndose luego con uno de sus sueños más preciados en su camino a la gloria: la alcaldía de San Ramón.
Es entre 2013-2014 que se inician rumores sobre su vínculo con microtraficantes y se hace correr la voz sobre una supuesta golpiza sufrida producto del incumplimiento de un acuerdo con ellos. Pero no es el único. También hay murmullos de la misma naturaleza sobre alcaldes UDI y PPD. La diferencia, parece ser que Miguel Ángel, se mimetizó con ellos. Es por aquel tiempo en que El Mostrador me publica una primera columna sobre el encuentro lógico y natural entre actores políticos, líderes evangélicos y microtraficantes en el territorio ante el abandono absoluto del Estado con sus consabidas consecuencias. Y allí se inicia la debacle de la política: los actores tradicionales serán gradualmente reemplazados por gente vinculada a las iglesias protestantes y al submundo narco, como ocurre cada vez con más frecuencia.
Mientras tanto, Miguel Ángel continúa haciendo crecer su poder en el área sur de la Región Metropolitana y al interior, de su colectividad, donde su modelo de control se empieza a exportar a regiones, siendo una de ellas la de O’Higgins. Con él se van a trabajar varios personajes vinculados al mundo de la renovación de los pobres y colaboran en hacer crecer sus tentáculos de manera no muy elegante como sucedió en la comuna de Chimbarongo. Por esa vía llega a trabajar con él, quien fuera la sorpresa electoral en gobernadores: Franklin Gallardo, independiente ecologista, y quien, en su condición de socialista y vinculado a este grupo, fue director del COSAM Bandera de la comuna.
A Miguel Ángel, físicamente lo vi, por última vez, creo que, a fines de 2016, en el hotel Crowne Plaza en compañía de su compadre, José Miguel Insulza, y el diputado Marcelo Schilling, mientras quien escribe estaba en un curso de capacitación de su trabajo. Por aquel tiempo, el PS, se preparaba para enfrentar una elección interna y ellos eran, una vez más, protagonistas. Se erigirá luego, nuevamente como uno de los vicepresidentes de la colectividad, hasta que cayó en desgracia.
PS: TODOS SOMOS AGUILERA
Cuando estalla el caso en 2017 través de un reportaje de TVN, nuevamente El Mostrador me publica una columna sobre el tema: “El PS y Miguel Ángel Aguilera: crónica de un escándalo anunciado” donde describo cómo el PS, en especial sus órganos directivos hicieron vista gorda sobre la situación a pesar de la evidencia incontrarrestable que pesaba sobre él.
Lo hizo Isabel Allende quien -cuando recibió algunas advertencias sobre el personaje- señaló “son cosas que dicen sobre él, pero no hay pruebas”.
Lo hizo también Camilo Escalona cuando, por votos, lo transformó en su compañero de fórmula. Lo hizo la renovación que pese a los datos lo amparó y lo hizo crecer a su lado; lo ejecutó el actual presidente quien, como se sabe, renovaba su permiso de circulación en la comuna, compartía la mesa directiva con Aguilera, y le enchufó como jefe de gabinete a uno de sus hombres de confianza, Eduardo Bermúdez. Luego de ser ministro de la Segegob, y después, junto a todo su Comité Central le devolvió el favor designándolo como encargado nacional de la secretaría de organizaciones sociales y populares.
Lo hizo en 2017, el subsecretario Mahmud Aleuy cuando en Interior se sabía que algo grande se venía sobre el personaje y nada se hizo nada por detenerlo. Lo continuó luego el “panzer” quien antes de renunciar como vicepresidente del PS, se erigió como tal con los votos obtenidos principalmente en la comuna donde su compadre era alcalde; y lo acaba de hacer Paula Narváez cuando durante todo este tiempo, en especial desde que fue ungida, ha guardado, hasta hoy, un silencio sospechoso.
Cuando en 2017, se hizo público su caso, todo el mundo esperaba una reacción enérgica del PS, pero ésta no llegó nunca. Es más, el alcalde terminó renunciando por iniciativa propia y finalmente la colectividad, que debía dar una lección tajante sobre el tema, prefirió omitirse en San Ramón a la alcaldía cuando todo hacía suponer que, en vista de lo sucedido estaba obligado a presentar una carta con tonelaje político en esa comuna para disipar cualquier duda sobre su doble estándar.
Me vino a la memoria entonces, una vieja conversación con un antiguo operador de fuste quien, en octubre de ese año (2017), me confidenció que aquello no sucedería nunca pues Aguilera “los tenía a todos hackeados” y eso hacía muy difícil que alguien, en especial la primera línea de mando del PS, se atreviera siquiera a cuestionarlo sin correr el riesgo de una dura contra respuesta.
Por cierto, ahora vendrá el linchamiento en la plaza pública de un personaje político de origen popular que no pone en riesgo a nadie y con cuya sanción se intentará señalizar simbólicamente, la exorcización del mal.
Nadie escudriñará si efectivamente el fenómeno que representó Miguel Ángel se extingue con él, o como sucedió con Pablo Escobar en Medellín, será el chivo expiatorio para que la situación continué igual, aunque sin “la orgía” que representaba. Nadie tampoco pondrá el foco en los electores que, a sabiendas de lo que sucedía, lo reeligieron una y otra vez, tal cual como habría ocurrido en Rancagua, Viña del Mar y otras comunas con ediles en situaciones legales complejas. Nadie pondrá los ojos en un segmento de esos protagonistas claves en tiempos de elecciones que desde hace años dejan que otros decidan por ellos, o que, cuando votan, lo hacen pensando en un supuesto favor que se les hizo con dinero público y en ningún caso en el interés general o el bienestar común.
Las cosas, tal como van, tal vez, no cambiarán mucho, después de todo, sin Miguel Ángel. Ni en el PS, ni en la sociedad que lo vio crecer y fortalecerse para luego hacerlo caer al infierno. (El Mostrador)
Edison Ortiz