La inflación ha pasado a ser la mayor preocupación de la población, solo superada por aquella relacionada con las elecciones presidenciales. Y no es para menos, dado que en el pasado mes la tasa de aumento anualizada del IPC fue de un 6 por ciento, duplicando -si se mantuviese a ese nivel- la meta inflacionaria media del Banco Central.
La inflación es un mal que como norma empeora la asignación de recursos, afectando al crecimiento económico. Además, es un impuesto que recae en aquellos que mantienen saldos monetarios netos, tendiendo a ser estos saldos mayores -relativos al ingreso o riqueza- mientras menores sean estos últimos. Es decir, se trata de un impuesto regresivo.
Quizás la reacción tan negativa -pero justificada- frente al fenómeno inflacionario en Chile se explique por nuestra historia. Es cierto que en las primeras dos décadas del actual siglo la tasa de inflación ha sido baja (levemente superior al 3 por ciento anual promedio). Pero esto solo sucedió después de más de un largo siglo de lucha antiinflacionaria. Es de interés notar que a pesar de esta última, en 1973, la inflación superó el 500 por ciento anual y a mediados de los años 1950, el 80 por ciento. Tanto así, que durante décadas el principal objetivo de política económica en Chile fue terminar con ese flagelo y ello solo se logró después de que el país adoptara una política fiscal responsable y, a fines de los años 1980, una banca central autónoma, cuya misión es la estabilidad de precios.
La inflación -definida como un proceso persistente de alza de precios- es siempre un fenómeno monetario. Sin embargo, en el corto plazo, puede haber alzas importantes de precios que no estén necesariamente relacionados con cambios en la cantidad de dinero. Estas alzas de precios se pueden producir, entre otras cosas y como lo hemos experimentado recientemente, por reducciones en la oferta de bienes y servicios, por aumentos de costos producidos por alzas en remuneraciones y/o en los precios de bienes importados, y por cambios de expectativas. Pero también se pueden producir por aumentos significativos en la liquidez -y por ende en la demanda agregada- ajenos a la acción del Banco Central, como ha sucedido con los retiros de los fondos de pensiones.
Frente a los recientes aumentos de precios, el Banco Central ha subido -como le correspondía hacer y con la finalidad de reducir la demanda agregada- las tasas de interés de política monetaria y ha dado una señal potente de que lo seguirá haciendo en la medida que sea necesario para cumplir con su mandato (una inflación de 2 a 4 por ciento anual). Es decir, si bien en los meses venideros cabe esperar nuevos aumentos de precios, la trayectoria de éstos debiera ser de tal naturaleza que muy luego la tasa de inflación se empiece a normalizar. (La Tercera)
Rolf Lüders