Chile y Bolivia después de La Haya

Chile y Bolivia después de La Haya

Compartir

Bolivia cometió un error cuando optó por demandar a Chile en la Corte Internacional de La Haya. En el entorno de Evo Morales hubo diferencias pero primó esta línea de acción, en un contexto bilateral contaminado por las desconfianzas recíprocas, conflictos innecesarios, apreciaciones subjetivas, dichos poco felices y falta de cercanía entre las máximas autoridades de uno y otro país, impidiendo mantener vigente la agenda. En este acotado margen de maniobra asumió la Presidenta Bachelet.

Las cartas están echadas. Pese a recientes tanteos diplomáticos provenientes de La Paz, no hay espacios para maniobras audaces. Sólo cabe esperar que la Corte considere las objeciones preliminares sobre jurisdicción y competencia presentadas por Chile. Si ello no ocurriera, el Gobierno y sus equipos asesores deberán redoblar sus esfuerzos para hacer valer nuestros argumentos de fondo con la mayor prolijidad jurídica, sentido político y convicción.

Nuestro futuro se juega de manera importante en la estrategia de inserción internacional y, particularmente, vecinal. Si queremos ser un espacio de convergencia entre la América profunda y el Asia Pacífico, debemos darnos un espacio para discutir internamente sobre un eventual acercamiento con Bolivia, potenciando una profundidad estratégica que Chile ha perdido de cara a la región. Es la tarea de los centros de pensamiento académico y militar, los que, sin comprometer al Gobierno, pueden seguir evaluando las opciones para una futura arquitectura de la relación con Bolivia y los países vecinos.Mientras estemos en La Haya no habrá agenda “sin exclusiones”. Tendremos que esperar que se cierre el ciclo de La Haya para evaluar cómo, cuándo y bajo qué condiciones podríamos retomar la agenda común. Luego de la presentación de Bolivia en la Liga de las Naciones (1920), nos tardamos quince años en retomar el diálogo, pero creo que ahora no será el caso. La naturaleza de los desafíos que hoy enfrenta la región es de tal envergadura y complejidad que sólo es posible abordarlos en acuerdos de integración vecinales de amplia cooperación. El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba y las conversaciones de paz entre las FARC y el gobierno de Colombia nos hablan de un nuevo clima en la región. En ese contexto, muchos países de la región esperan más de Chile, siendo ello coincidente con las definiciones de “convergencia en la diversidad” que han planteado nuestros hacedores de política exterior.

Si ponemos la mirada en el norte de Chile, saltan a la vista algunos temas de interés con el noroeste Argentino, sur de Bolivia y Paraguay: conectividad física y operacional de los corredores binacionales e interoceánicos, desarrollo portuario, gestión de los recursos hídricos compartidos, abastecimiento alternativo de energía; migraciones controladas; densificación de la agenda empresarial (comercio, inversión y encadenamientos productivos); cooperación en materia de seguridad para abordar el crimen organizado y narcotráfico. Y, por último, desarrollo de una colaboración en el ámbito de la defensa, posibilitando medidas de confianza y cooperación. Pero debemos preguntarnos si las premisas sobre las que se funda la actual relación con nuestros vecinos son suficientes para desplegar todo el potencial integrador de cara a nuestros objetivos estratégicos para las próximas décadas.

Asumamos las carencias que inhiben una densificación más adecuada de la relación vecinal con Bolivia. La historia de la relación nos enseña que las soluciones de medio camino no han prosperado. O dicho de otro modo, al final del día para Bolivia sólo termina siendo relevante una negociación que contemple una salida soberana al Pacífico. Ello fue así desde los tiempos del presidente Domingo Santa María y, a no dudarlo, seguirá dándose después de La Haya.

En lo personal no descarto evaluar una “doble negociación” que considere un corredor al norte de Arica con soberanía, pero que ponga como condición sine qua non el canje territorial. Paralelamente, podemos retomar una agenda que recoja muchos de los elementos abordados en las conversaciones de los presidentes Lagos, Bachelet y Piñera. Por cierto, dependería del gobierno boliviano –y de sus reales posibilidades de validar internamente los términos de la propuesta– el avanzar por uno u otro camino. No olvido el factor Perú, pero ello debería considerarse si conocemos primero los términos que Bolivia estaría hipotéticamente disponible a considerar.

Este asunto, de alta complejidad, es el más relevante de la política exterior de nuestro país, y genera intensas controversias en la sociedad chilena, pero no podemos obviar la necesaria reflexión, aguda y serena por el bien del país de cara a las futuras generaciones. (El Mostrador)

 

Dejar una respuesta