La llave maestra-Sebastián Claro

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Los resultados del domingo pasado le han quitado el piso a la idea del “borrón y cuenta nueva” que se ha apoderado del relato público en los últimos años. Este remezón obliga a una reflexión honesta sobre la realidad nacional, sacándose las anteojeras y buscando puntos de encuentro. En esto, nadie puede mirar al techo.

Los partidos de izquierda democrática deben ser capaces de reconocer el clamor por mayor seguridad, progreso y estabilidad que han manifestado las personas. Cualquier plataforma legítima de cambios pierde validez cuando estos son a costa de la estabilidad macroeconómica, el empleo y la paz. La embriaguez de los últimos años ha sido evidente, y la cuenta está sobre la mesa.

A su vez, la derecha debe evitar caer en un error similar, embriagándose con un exitismo que ya hemos visto en el pasado. La demanda por estabilidad y tranquilidad es apabullante, pero ello no significa que muchas de las grietas sociales no sean importantes. Lo son, y hay que hacerse cargo de ellas, recuperando empleos, mejorando el acceso a la salud y vivienda, e interviniendo barrios para humanizar la ciudad. Algunas de estas necesidades requieren recursos financieros, mientras otras, decisión y buena gestión.

Pero si tanto la izquierda como la derecha deben leer bien los resultados, la Convención Constitucional tiene una tarea aún mayor. Cualquier esfuerzo por recuperar la economía y la convivencia, entregar certezas y volver a mirar el futuro con optimismo requiere que el debate constitucional se encauce bien y rápido. Y la principal dificultad es que predominan ahí visiones extremas que ponen en riesgo una Constitución convocante y una institucionalidad capaz de enfrentar los desafíos futuros. Sin decirlo de manera explícita, las personas también le han hecho ver a la Convención su deseo de estabilidad.

Más que antes, la llave que la Convención tiene en sus manos se hizo aún más valiosa, y por ello el país la mira hoy con más atención. Si logra avanzar rápido en una Constitución razonable y equilibrada, que implique algún sacrificio de parte de todos, puede abrir la puerta a un período de reencuentro y estabilidad, con desafíos inmensos pero alcanzables. En cambio, si la Convención se encierra en sí misma y no es capaz de ofrecer al país una institucionalidad atractiva, será muy difícil avanzar, y su recuerdo será opaco.

La ventana de tiempo es corta. El próximo año será difícil, por el fin del IFE y los retiros. Hay maneras de suavizar el aterrizaje, pero quizá ninguna es tan efectiva como una señal de estabilidad institucional. ¿Existirán 2/3 capaces de oír el eco de las elecciones, aprender de la experiencia y sentar las bases de un país más próspero, justo y sostenible? (El Mercurio)

Sebastián Claro

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