El país de Borges, de Cortázar, de Sábato y Piglia, los grandes narradores rioplatenses, el país donde nació el tango, «ese pensamiento triste que se baila», el país donde se habla de filosofía y psicoanálisis en los cafés y donde las librerías están abiertas hasta la madrugada, el país del rock que nos abrió las puertas de la percepción en la década de los 70, es hoy un país de «cerdos y peces», para usar el título de una emblemática revista de la cultura «under» de Argentina, dirigida por Enrique Symns. Los cerdos andan en los pasillos de los ministerios, en los sórdidos intersticios del poder; los peces son los que -a pesar de todo- hacen respirar la cultura de un país de una creatividad y riqueza admirables. ¡Cuánto nos duele ver a Argentina así, país hermano que nos ha abierto mundos y perspectivas! Hay una Argentina que hoy está llorando de verdad, la Argentina de los ciudadanos honestos, que ve en el suelo junto al cuerpo inerte de un fiscal, el alma de un país.
¿Qué arruina a un país?, ¿la riqueza fácil tal vez? ¿Y por qué una porción significativa del pueblo argentino terminó por entregarles el país, casi con resignación primero y después cinismo, a oscuras mafias disfrazadas de ideología?
Hay un momento en la historia de nuestros países, en que con el silencio cómplice, todos podemos ser parte del círculo vicioso de crímenes y mentiras. Es más fácil no ver, no denunciar, no decir.
Que un país con el capital humano y cultural de Argentina esté en esta trágica encrucijada es una señal de alerta para nosotros mismos, que nos hemos creído inmunes a la corrupción en el contexto de Sudamérica, pero que hemos visto cómo en las últimas semanas ha caído el velo que ocultaba la promiscua relación entre política y negocios. ¿Que aquí todavía no matamos a testigos y fiscales? Sí, es cierto, estamos todavía bien lejos de llegar ahí. Todavía. Pero no digamos «nunca». Nadie está libre en el mundo de hoy de una gran descomposición en curso, que empezó hace mucho tiempo, cuando la política fue cooptada por el dinero. Ya lo dijo el poeta del Siglo de Oro español, Quevedo, «(…) pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero es don dinero (..) Madre, ¡yo al oro me humillo!» En el siglo XX, otro poeta, pero norteamericano, Ezra Pound, denunciaría qué pasa cuando la usura corroe la civilización, en su feroz poema «Con Usura».
Falta escribir un poema sobre el efecto devastador de la mentira en la sociedad. Es la primera señal de que «algo huele mal en Dinamarca». ¿No es preocupante acaso que algunos de nuestros senadores y ex candidatos a la presidencia hayan mentido y, ya acorralados, hayan dicho que lo que cometieron no fueron ilícitos, sino «errores»? Qué fácil cruzar la delgada línea roja por ambición o avidez. Cada cultura tiene su propio estilo para mentir. En Argentina -país de grandes narradores- se miente descaradamente y casi con estilo. Aquí se miente con un poco más de vergüenza (solo un poco), con cara de niños buenos, pero se miente.
Usura, mentira y política. ¿No estamos hablando en realidad de Ética? Para Aristóteles, el griego que pensó la política, ética y política iban juntas. En algún momento se separaron. Hoy el cuerpo de un hombre muerto se interpone entre ambas, como una grieta que sangra. (El Mercurio)