Las reacciones desde la derecha frente al rotundo triunfo de Gabriel Boric han sido múltiples y diversas. Van desde el miedo soterrado a volvernos Venezuela, el desprecio por los electores que hicieron posible el resultado y las recriminaciones recíprocas, hasta la grandeza republicana y la reflexión sobre la propia identidad. Se trata de un momento relevante para el sector, porque de cuál de estas actitudes prevalezca tras estos primeros días dependerá en parte la forma que pueda tomar la derecha durante el próximo período.
En este contexto, vale la pena mirar de cerca las distintas reacciones. El temor a la presencia del Partido Comunista en la nueva coalición de gobierno resulta comprensible, sobre todo en una generación que lo padeció en carne propia, pero el realismo invita a considerar que la situación nacional actual es sustancialmente distinta a la de 1970 y también a la que hizo posible el chavismo en Venezuela. Basta considerar, por ejemplo, el efecto moderador que tuvo el resultado presidencial y parlamentario de la primera vuelta en el propio Boric, como se apreció en la segunda parte de la campaña y sus primeras declaraciones tras resultar electo. Más allá de la duda razonable sobre la sinceridad de sus palabras, lo cierto es que la configuración política y la actitud ciudadana actuales parecen hacer más difíciles los proyectos refundacionales.
Otra reacción desde la derecha al resultado del domingo pasado ha sido la rabia y el desprecio por los votantes que han hecho posible el triunfo de Boric. Quienes hace solo pocas semanas valoraban la sensatez del pueblo chileno en la primera vuelta, hoy parecen considerarlo de una estupidez insultante. Esta actitud ‒simétrica al ninguneo de parte de la izquierda hacia el votante de Kast‒ no solo es injusta en su simplismo, sino también estrecha como estrategia política. ¿Qué posibilidad hay de leer un país y de contribuir a orientarlo si se lo mira con distancia y desdén, en lugar de tratar de comprenderlo? Desde Aristóteles sabemos que las percepciones ciudadanas son el primer material del dirigente político, y habérselas tomado en serio en asuntos como migración u orden público fue, de hecho, el gran mérito de JAK antes de la primera vuelta. Quienes lamentan el triunfo de Boric debieran ser los primeros interesados en tratar de entender por qué esa mayoría abrumadora le creyó a un candidato que cambió radicalmente su discurso en pocas semanas y cuáles son las inquietudes y aspiraciones con las que el Presidente electo logró sintonizar.
Los ataques cruzados al interior de la derecha sobre quién es el culpable de la derrota tampoco contribuyen demasiado a su rearme. Es obvio que corresponde analizar críticamente la campaña de Kast, pero quienes se limitan a lanzar sus dardos contra él olvidan la hazaña que significó conseguir un caudal de votos similar al que llevó a Piñera a la presidencia en el balotaje contra Guillier y volver a revitalizar a un sector que agonizaba. Algunos reinvindican a Sichel como el candidato que debió hacer competido con Boric (como si de hecho no hubiera obtenido el cuarto lugar en la primera vuelta) y no han faltado quienes sostienen a posteriori que la elección se jugaba en el eje conservador/progresista y que, por tanto, Kast no tenía ninguna opción de ganar. La fiebre post elecciones vuelve a hacer circular la idea peregrina de la supuesta necesidad de partidos liberales de centro (vaya novedad), como si se tratara de la solución a los problemas más urgentes que aquejan a la población. Las elites progresistas siguen mirando el país desde sus preocupaciones de nicho.
Pero no todo han sido reacciones desafortunadas. Ha habido altura republicana y nobleza en la misma actitud de Boric, Kast y de Piñera apenas se conocieron los resultados y también actitudes constructivas en otros liderazgos. En ese marco, es posible una lectura más pausada de lo ocurrido y de los propios puntos débiles. Cuestiones como tomarse en serio el malestar social que se ha manifestado en los últimos años e intentar comprender el anhelo de cambios con estabilidad de la población, la unidad dentro de la pluralidad de tradiciones de centro derecha o un mayor arraigo territorial son aspectos que no debieran ser obviados si se quiere construir un auténtico proyecto político para Chile. Y, sobre todo, hace falta convencerse de que no basta con un discurso reactivo al adversario para movilizar políticamente: Boric ha vuelto a hacer visible la necesidad de proponer un horizonte, de ofrecer un futuro distinto. Mientras el nuevo gobierno tendrá dificultades considerables para cuadrar el círculo de sus reformas estructurales con responsabilidad fiscal, para la derecha se abre una oportunidad de convertirse en una oposición constructiva y aprovechar el tiempo para mirar con realismo sus propios puntos ciegos y reconstruir un proyecto articulado de futuro. Como dice el Presidente electo, seguimos. (El Líbero)
Francisca Echeverría