Al mirar cualquier foto en sepia de principios del novecientos es casi inevitable sentir algo de nostalgia por un pasado que ni siquiera es nuestro; situaciones que probablemente tampoco vieron o vivieron nuestros abuelos pero cuya atmósfera pareciera hablar de un ambiente amable antes de los vicios de nuestra época. Este simple hecho sugiere que nuestra mirada del tiempo puede ser equívocamente emocional y estereotipada, probablemente ligada a unas pocas imágenes que en realidad ocultan una historia plagada de inequidades y de rigores, como enfermedades endémicas y muertes prematuras. Esto ilustra lo lejos que puede estar la idealización del acto de la memoria.
En el debate constituyente aparece como inobjetable la idea que alguna vez hubo una forma de vida armónica y sustentable que engarza con cierta sabiduría ancestral, depositada específicamente en los denominados pueblos originarios. La demanda de “reparación” hacia esos pueblos tiene que ver con eso y un deseo de recuperar aquello que fue roto por la “civilización” europea. Todo esto se alimenta también del contrapunto de un progreso que hoy carga con la responsabilidad del cambio climático y la concentración de riqueza lo que, de paso, ha servido de base para que unos pocos pretendan instalar la idea del decrecimiento económico como forma de salvar el planeta. Por supuesto que todo esto son realidades mucho más complejas y, de lado y lado, habrá otras luces y otras sombras, pero no deja de sugerir que habría una cuota relevante de idealización.
Pese a que no soy un seguidor asiduo de la Convención Constituyente, es inevitable observar algunas tendencias que se consolidan en la instancia, como es la plurinacionalidad e interculturalidad, un regionalismo tipo federal que habla de “territorios” con una imprecisión asombrosa y un ecologismo que brega por instalar los derechos de la naturaleza al tiempo que condena el “extractivismo”; aunque en otra comisión de la Constituyente se plantea nacionalizar la minería y no desaparecerla. Aún con inconsistencias, dada la escasa coordinación entre comisiones, se hace evidente que el texto buscaría establecer una nueva República desatendiendo el necesario hilo conductor entre la comprensión de la historia y los desafíos futuros.
Sin juzgar si esto o aquello será algo bueno o pernicioso, lo anterior supone que las advertencias realizadas ante la Convención por los expresidentes Lagos y Bachelet sobre el riesgo de perder de vista ciertas tradiciones y condiciones culturales del país, entre otras cosas en lo referente al sistema político e institucional, han quedado en el olvido o definitivamente no fueron atendidas. Iniciativas como instalar un “sistema judicial” en reemplazo del Poder Judicial, la desaparición del Senado sustituido por una débil “cámara territorial” y un regionalismo con capacidad para fijar impuestos y recaudar en forma autónoma son solo algunos aspectos que anticipan duros roces institucionales y probablemente una difícil gobernanza.
Varios expertos han anticipado que la Constitución en curso tiene nula conexión con la historia constitucional del país, en rigor habría que decir que escaso vínculo con la historia en general. Es quizás por ello que el astrónomo José Maza manifestó su preocupación, hace pocos días, alegando que “quieren inventar un país imaginario”. Esto recuerda una anécdota del diálogo Teeteto de Platón, pero en sentido opuesto a la intervención del profesor Maza: “se cuenta de Tales, que mientras se ocupaba de la bóveda celeste y miraba hacia arriba, cayó en un pozo. A raíz de eso, una ingeniosa y bonita criada de Tracia se burló de él, y dijo que pretendía apasionadamente llegar a conocer las cosas del cielo, mientras se le ocultaba aquello que tenía ante sus pies y sus narices”. Dicho eso, si un astrónomo se ocupa de asuntos tan terrenales sería sensato entrar a preocuparnos.
Pero volvamos a la fotografía en sepia y los laberintos de la memoria. Por estos días caí de lleno en la novela La misteriosa llama de la reina Loana de Umberto Eco cuyo protagonista, Giambattista Bodoni, sufre un accidente y pierde la memoria sobre su propio pasado, aunque recuerda la historia universal e infinidad de datos aprendidos. Esta pérdida de memoria autobiográfica sume a “Yambo” en una especie de niebla en la que no logra reconocerse ni reconocer a otros. Su médico le explica que “es la memoria episódica la que establece un nexo entre lo que somos hoy y lo que hemos sido”. Es decir, no podemos vernos sin la conciencia del propio pasado. La sentencia es clara y permite abrir la pregunta: ¿en qué queda el repudio o la reconciliación con los últimos treinta años?.
Hace unos días escuchaba una entrevista al abogado y profesor de derecho constitucional Ricardo Israel donde afirmaba que las reformas a la Constitución realizadas por Lagos podrían haber sido suficientes si hubiesen sido sometidas a plebiscito. Es solo una especulación porque entonces no había piso político para aquello y, de todas maneras, dichas reformas no superaban todos los signos de fatiga de la Carta vigente. Por el lado de la derecha, en tanto, no se asume ninguna autocrítica, poniendo el peso en que el trabajo constituyente estaría dominado por una izquierda “resentida” y “revanchista”. Sin embargo, dicha afirmación implicaría una visión histórica que en la actualidad las izquierdas parecieran no tener. Más bien lo obrado o dejado de obrar en democracia influiría poco frente a un microcosmo de voluntades e intereses diversos que dan lo viejo por superado sin mayor explicación ni reflexión.
Mientras Giambattista se pregunta si era un buen ciudadano que pagaba sus impuestos o si tuvo amores clandestinos, no puede obviar que su futuro necesita al menos de algún anclaje de la memoria para seguir adelante o siquiera saber si era buena persona. Santo Tomás certeramente dice que “del pasado recordado y del presente comprendido extraemos la previsión del futuro”. “Yambo”, sin su memoria episódica, está condenado a ver el retrato de sus padres como una foto en sepia, como si su vida fuese prestada y anestesiada. Así como una Constitución requiere ser armónica, como señala Ricardo Israel, creo que es posible agregar una segunda condición: que al menos tenga un nexo con nuestra propia historia que permita mirarnos y proyectarnos como sociedad, más que idealizarnos en ella. A lo mejor es algo incauto pero imagino al solitario Giambattista enredado en su propio laberinto de una vida fracturada y también pienso en la dificultad del presente comprendido que dice Santo Tomás; aquel presente cuya comprensión se hace elusiva, se escapa y a ratos pareciera simplemente ir disolviéndose en una niebla donde todo es ajeno y extrañamente lejano. (Red NP)
Luis Marcó