Ezzati, noticias desde el cielo

Ezzati, noticias desde el cielo

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Esta semana, Ricardo Ezzati, monseñor Arzobispo de Santiago, mostrando una vez más que posee línea directa con el Creador, declaró: «Un proyecto de aborto es contrario a lo que Dios quiere».

Las palabras de Ezzati muestran, por enésima vez, las dificultades de la Iglesia Católica para participar con razones del debate público.

En una sociedad plural -una sociedad que confiere a sus miembros la libertad de adherir o no a un credo religioso- apelar sin más a la voluntad de Dios para oponerse a un proyecto de ley equivale a situarse al margen del debate público. El debate público exige razones a las que todos puedan, al menos en principio, acceder, y desgraciadamente la voluntad que Dios tiene la gentileza de soplar al oído de monseñor Ezzati no es una de ellas.

Con todo, y en beneficio de monseñor Ezzati, alguien podría decir que esa apelacffión a las noticias del cielo no estaba dirigida a todos los partícipes del debate público, sino solo a los fieles o a los creyentes. Las palabras de monseñor tendrían por objeto que los católicos se rebelen contra el proyecto de despenalización del aborto. Sus palabras serían un apelación al pueblo católico, más que un enunciado dirigido a la esfera pública en la que participan creyentes y no creyentes.

Pero tampoco.

Porque ocurre que en las sociedades modernas -y Chile se ha modernizado- las preferencias religiosas no son una simple adscripción, algo que se hereda o se recibe, sino que cada vez más se trata de una adhesión reflexiva y hasta cierto punto electiva. Los creyentes no aceptan sin más los argumentos de autoridad de los que gusta esgrimir Ricardo Ezzati -del tipo Dios lo dijo y yo lo sé-, sino que esperan razones que los persuadan, que les hagan sentir que cuando creen algo, en Dios o lo que fuera, se están obedeciendo a sí mismos.

Así entonces monseñor Ezzati debiera entender que tanto cuando se dirige a los fieles, como cuando interpela al conjunto de los ciudadanos (no cabe duda que tiene todo el derecho de hacerlo) debe esmerarse por poner en paréntesis los secretos que Dios sopla a sus oídos y esforzarse, en cambio, en identificar las razones con que cuenta para oponerse a proyectos de ley como el del aborto.

Pero, si incluso hiciera el esfuerzo, ¿existen esas razones?

Por supuesto, monseñor Ezzati puede esgrimir varias para aconsejar a una mujer que no aborte y no hay nada en el proyecto de ley que se lo impida. El proyecto de ley no hace obligatoria la acción de abortar, sino que suprime la pena estatal cuando, cumplidas ciertas condiciones, una mujer decide ejecutarla. Y como es obvio, una cosa es privar de pena una acción y otra distinta hacerla obligatoria. El proyecto se refiere entonces a los límites de la acción del Estado, no a la obligación o no de abortar.

Como es obvio, en la calificación legal o jurídica de un acto tampoco importa un juicio acerca de su moralidad. Un acto puede estar moralmente justificado y ser, no obstante, ilegal (por ejemplo, un padre puede dejar de pagar sus deudas para así dar de comer a sus hijos). Y, por la inversa, puede ser moralmente injusto y, sin embargo legal (mentir es prima facie injusto, pero la mentira por regla general no recibe pena penal). Lo mismo puede ocurrir con el aborto. Lo que el proyecto de ley hace es suprimir la pena penal para el aborto; pero deja entregado al discernimiento de la mujer si, cumplidas ciertas dramáticas condiciones, hay razones para practicarlo.

Nada impide entonces que monseñor Ezzati pueda seguir persuadiendo a los fieles que el aborto -incluso en circunstancias tan excepcionales y crueles como las que el proyecto de ley contempla- es inmoral y no debe ser ejecutado. Lo único que cambia, y que monseñor pierde, es el apoyo de la coacción estatal a favor de su punto de vista.

Por eso, es sorprendente e injustificado el llamado que Ezzati acaba de hacer a los fieles de oponerse al proyecto de ley relativo al aborto. Esos fieles, si lo son realmente, no practicarán ninguno y tampoco dejarán a sus cercanos que lo practiquen. Y en lo que respecta a los no creyentes, a quienes no tienen oídos para las noticias del cielo, pareciera, al menos hasta ahora, que monseñor no es capaz de esgrimir ninguna razón que los persuada. (El Mercurio)

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