El tema de las asimetrías del cine chileno -creciente legitimidad en los festivales internacionales y poca energía para generar nuevas audiencias y retener a los espectadores que antes veían películas nacionales- ya es viejo y se parece al de varias otras cinematografías latinoamericanas. El problema se inscribe en el marco de una transformación económica y cultural mayor, que está modificando no sólo el perfil de eso que antes se llamaba el séptimo arte sino también los canales de acceso y las formas de consumo. ¿No queríamos masividad? Bueno, aguantémosla y veamos qué hacer.
Lo concreto es que ya terminó la era de la coexistencia pacífica, cuando en la cartelera había espacio tanto para Bergman como para las películas de acción. En la actualidad el cine de mayor costo y más cargado a los efectos espectaculares opera en la cartelera como esas bandas de loros que se están tomando en Santiago los árboles de la ciudad, expulsando a las demás especies. El cine independiente o más personal está teniendo que emigrar a otras plataformas (salas especializadas, internet, streaming, por decir algo), que tampoco están muy claras y distan mucho de tener viabilidad asegurada.
El problema es serio y es una estupidez personalizarlo o cargárselo exclusivamente a los cineastas (porque no saben conectarse con el público), a los exhibidores (porque no le dan a las películas pista para despegar), a los burócratas (porque financian películas que nadie va a ver), a los críticos (porque son enfermos de elitistas) o a los medios (por su vasallaje al rating). La verdad es que el desafío es de todos un poco y hacia allá -a un frente concertado de cooperación- es donde hay que ir.
Es raro hacer películas de espaldas al público. Si algo salva al cine de sus tonterías y bajezas es la capacidad que tienen las películas de conectar emocional e intelectualmente con mucha gente. Esto es lo que hace que el cine no sea otra más de las lenguas muertas. Probablemente no se insiste mucho en las escuelas de cine de este aspecto que es fundamental. El propio sistema de apoyo estatal a la producción fílmica quizás debería ser sensible, a lo menos en una de sus variables, a la repercusión, al número de entradas que fue capaz de cortar una película.
El cine chileno ha ganado en diversidad y obtenido importantes premios internacionales en los último años. Magnífico. Pero tendrá que afilarse los dientes. Porque tiene que aprender a interpelar, a representar, a acoger, a emplazar y a acompañar a más gente. En el fondo, tiene que aprender a morder más fuerte.(La Tercera)