La lengua constitucional

La lengua constitucional

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La mejor definición de una lengua es la siguiente: un sistema de signos verbales gracias al cual los individuos pueden entenderse sin previo acuerdo. La lengua es pues un pacto tácito. Donde hay una lengua, los hablantes usan las palabras sin ponerse de acuerdo en lo que significan. Así entendida, una lengua debe distinguirse de una terminología. Esta última requiere una estipulación o de un acuerdo expreso acerca del significado de un signo. El castellano (o esa versión dialectal que es el chileno) es una lengua. Los términos nuevos de una ciencia o una actividad configuran una terminología.

¿Existe un lenguaje constitucional? ¿Se tratará más bien de una terminología?

Al leer el proyecto constitucional se observa que muchas partes de él no emplean un lenguaje en el sentido antes descrito, sino que una terminología.

Me explico.

Mientras todos entendemos el núcleo de lo que significa dignidad o de lo que se quiere decir cuando se dice “responsabilidad fiscal” y sabemos lo que designa la palabra Estado (de manera que sabemos en qué caso su significado central se transgrede), es probable que no sepamos con claridad lo que quiere decir la expresión “perspectiva intercultural” que aparece 22 veces en el texto propuesto, o “perspectiva de género” que se lee 8 veces, o “interseccionalidad”. Esos términos no poseen un significado implícito y natural que todos entendamos, sino que hay que asignarles un significado. Pertenecen, en el sentido que expliqué, a una terminología.

Y este es un rasgo del texto constitucional que se propone: hay en él (no en todo él) alguna terminología.

¿Es malo que ello ocurra?

No del todo.

Cuando los seres humanos comprenden algo que hasta ese momento no habían visto o advertido, se ven en la necesidad de nombrarlo. Y así es inevitable que en un comienzo el lenguaje tenga la apariencia de una terminología. Desde este punto de vista, una terminología es una invitación a ponernos de acuerdo sobre aquellas cosas a las que el nuevo término apunta. Por eso no es del todo correcto decir que el proyecto constitucional es ideológico al emplear expresiones como las señaladas. Por supuesto, quienes las introdujeron al texto lo hicieron inspirados por una ideología; pero una vez incorporadas al texto esa ideología precisa va quedando atrás y la palabra se convierte en una invitación para que todos le confiramos significado y la incorporemos a la cultura y a nuestro tráfico verbal. Y no se trata de una invitación a incorporar meras palabras o términos, sino una invitación a pensar las realidades para hablar de las cuales ellas se acuñan.

Por ejemplo, “perspectiva de género”. Es probable que quienes se mostraron de acuerdo con la inclusión de ella poseyeran distintas concepciones de lo que el género, como concepto, significa. Hay quien creerá que el género es un simple rol adscrito al sexo, otro pensará que incluso el sexo es un rol adscrito e inventado, y hay quién creerá que el género posee una parte de naturaleza. Cuál de esas concepciones predominará, hasta incorporarse al lenguaje y formar parte del significado natural de la palabra, no dependerá de que la Constitución se apruebe, sino de la práctica interpretativa y de la discusión que, en el evento de ella aprobarse, se siga.

En otras palabras, es un error afirmar que el texto ata a los tribunales o a los ciudadanos a una ideología. En realidad, al contener terminología (en el sentido que expliqué) abre un largo diálogo acerca del significado que ha de darse a esas palabras, un diálogo que, incluso si la Constitución no se aprueba, ya se ha abierto y que consiste en incorporar esos conceptos, o mejor aún, las realidades que mediante ellos se pretende alumbrar y que hasta ahora estaban en la sombra, a nuestro pacto lingüístico.

Una de las preguntas entonces que frente a la papeleta de septiembre usted debe responder es la siguiente: incorporar a la cultura pública esa terminología ¿ayudará a que ella, y la convivencia, sea mejor y más razonable? ¿Será mejor madurar un poco más esos conceptos antes de introducirlos del todo en el texto que orientará la vida colectiva? (El Mercurio)

Carlos Peña

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