El des-desarrollo

El des-desarrollo

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El progreso de las naciones depende de una actitud mental. Se da solo cuando hay una cultura de comunidad por sobre las ideologías. Los países que progresan aplican pragmatismo, no ideologismo. Pero en Chile seguimos discutiendo todas las bases del desarrollo humano —como la salud y la educación— desde un enfoque ideológico. Hemos optado por un subdesarrollo mental, que lleva al subdesarrollo económico. Y estamos confundiendo tolerancia con desprecio por el Estado de derecho.

El 4 de septiembre Chile se juega el futuro. Por eso es indispensable reflexionar acerca de cómo progresan las sociedades; por qué algunas perpetúan la pobreza y otras comparten más equitativamente sus avances y garantizan orden público y paz, esenciales para la democracia.

Muchos países desarrollados son pobres en materias primas, pero sus pueblos han optado por el Estado de derecho, la cohesión y cierta flexibilidad a los cambios respetando la historia. Nosotros seguimos en la eterna lucha ideológica entre sector público y privado, en vez de buscar una sinergia que permita superar las desigualdades. Así lo hicieron los Estados del Asia Pacífico, que a mediados del siglo XX eran muy pobres y hoy son potencias económicas. Ningún país latinoamericano ha seguido esa senda. Acá prolifera una actitud refundacional, cambios de reglas que luego no se respetan.

Sin excepción, los países progresan solo si tienen instituciones que sean garantes de estabilidad, para desarrollar políticas de largo plazo. Nos guste aceptarlo o no, América Latina se ha des-desarrollado. En la época de las respectivas independencias, había países en nuestra zona que eran más ricos que las precarias colonias iniciales de EE.UU. Pero ese país del norte enfatizó el desarrollo humano y el conocimiento, poniendo esfuerzo en la educación pública y privada, en la creación de universidades, en la propiedad —sobre todo la intelectual—, fundando junto a su independencia la Oficina de Patentes y Marcas, permanente institución que desde 1790 resguarda la creatividad, de acuerdo a su única Constitución de 1787. Así de estable.

Cuando las sociedades viven momentos de transformación profunda, como ocurre hoy en Chile, lo inteligente es entender el Zeitgeist, el espíritu de los tiempos, para reorganizarse con sabiduría sin perder lo avanzado. Las constituciones que perduran se basan en grandes principios orientadores y no en cientos de articulados que suelen representar pulsiones momentáneas, incluso ánimos circunstanciales de grupos de presión. Cualquiera sea el resultado del plebiscito, ojalá los sectores moderados de nuestra sociedad influyan para que Chile logre un equilibrio entre cambio y tradición republicana, para no caer en una senda de regresión. (El Mercurio)

Karin Ebensperger