La tragedia política en que ha incurrido nuestro país se debe, en una buena medida, a la incapacidad de la centro izquierda para superar su odio hacia lo que llama “derecha”, el que la ha impulsado a caer en la trampa del marxismo aún en situaciones en que le era completamente inconveniente dejarse arrastrar a esa extrema izquierdización. El terrible desplome de su apreciación ciudadana es el precio que está pagando por ello. Nos estamos acercando al momento en que esa incapacidad para amortiguar ese odio puede costarle a Chile toda su libertad democrática. Para aportar iluminadoras reflexiones que ayuden a escoger el mejor camino para evitar esa tragedia, invito a mis lectores a compartir certezas que no por evidentes dejan de estar ocultas a muchos.
En realidad, la centro izquierda a que aludo le cuelga el cartel de “derechista” a un enorme conjunto ciudadano que se caracteriza por sus sensatez y para nada por un conservadurismo retrógrado. Yo mismo soy una muestra de ese sector, porque las únicas veces que en mi ya larga vida he sufragado por candidatos de la derecha ha sido cuando la alternativa era un comunista, un extremista de izquierda o un “palo blanco” de ellos, como fue en el caso de Alessandri v/s Allende y en el de Piñera v/s Guillier. Esa incapacidad de precisar los límites de lo que en verdad es una derecha política ha terminado por serle fatal a la propia centro izquierda porque mientras se ha izquierdizado, ha perdido el apoyo de ese enorme sector moderado que ciertamente no es lo que dice el cartel que ella misma le cuelga.
Responsable de una tragedia
En unas pocas semanas más, la centro izquierda chilena se va a ver enfrentada a la necesidad de definir su posición frente a un proyecto constitucional que, por donde se le mire con racionalidad, no es otra cosa que un camino pavimentado hacia la dictadura totalitaria del marxismo. Y ante la incapacidad de desprenderse de su paranoico complejo de “derechismo”, ya está levantando pretextos para aprobar con promesas de correcciones inmediatas que no están bajo su control y nada garantiza que se puedan materializar. Creo que esa centro izquierda, con esa actitud, va a terminar de perder su antes enorme base de sustentación en los sectores medios de la sociedad. Y, además, será el mayor responsable de la peor tragedia que puede afectar al país.
Con motivo de mi participación en la formación de la Concertación de Partidos por la Democracia, me hice de muchas amistades con políticos de la centro izquierda (demócratacristianos, radicales, socialdemócratas, etc.). Y ahora ya los veo angustiados ante el dilema de pregonar su razonado rechazo a un proyecto constitucional que es completamente antidemocrático o callar ante él, incurriendo en el imperdonable pecado de restarse a una decisión salvadora del país. Y cuando más alto hayan estado en el acontecer político de nuestro país, más grande es la angustia que ese dilema les provoca. Me hago cargo de la terrible disyuntiva en que se encuentran especialmente los que han sido Presidentes de la República ante tener que elegir entre traicionar a su patria y la acusación de derechismo, que es de lo que han huido toda su vida.
Paradojalmente, será la centro izquierda la que defina la suerte del proyecto constitucional del extremismo. Todavía tiene fuerzas para asumir el timón del país y conducirlo, sin tropezarse, a un nuevo orden constitucional sereno, ajustado a lo que el país en verdad es y con el suficiente respaldo mayoritario como para darle estabilidad, pero reconozco que se trata de una tarea titánica que no estoy seguro tenga hoy día figuras capaces de asumirla.
Una propuesta
Sin embargo, me atrevo a plantear una idea que puede resolver el trascendental dilema con un mínimo de sufrimiento e incertidumbre. Y es el de que la centro izquierda invite ahora a un acuerdo de bases constitucionales que definan el perfil de los poderes del estado, sus reglas de funcionamiento, sus formas de elección y sus ámbitos de ejercicio de la soberanía. Pero eso debe acompañarse con un compromiso solemne de facilitar la legislación complementaria, en la que se hagan presente las aspiraciones de modernización, desarrollo social, derechos fundamentales de los individuos y las normas para que ese cuerpo constitucional contenga su capacidad de incorporar enmiendas que se demuestren necesarias al compás de la evolución política, social y económica del país. Si tal acuerdo se logra, suscrito por una mayoría sustantiva, estará expedito el camino para enmendar el mal paso que ha sido la Asamblea Constituyente por la vía de rechazar su disparatado proyecto para sustituirlo, sin demora, por un trabajo constitucional bien hecho y verdaderamente mayoritario.
El camino que propongo pasa, inevitablemente, por el duro voto de rechazo en el plebiscito ya programado para principios de septiembre. Reconociendo que eso es doloroso, se hace muy tolerable si se piensa, como es evidente, que el proyecto constitucional de la Convención ya está muerto porque una constitución no es algo que se pueda aprobar por estrecha mayoría; toda la historia de la humanidad demuestra que las únicas constituciones perdurables son aquellas de amplio consenso y de gran capacidad de evolución. Hoy día, la más antigua constitución democrática vigente es la de Estados Unidos, que cumple ya casi un cuarto de milenio de vigencia. Esa constitución contrasta radicalmente con las decenas de constituciones oportunistas con que determinados gobiernos totalitarios, tanto de derecha como de izquierda, pretenden “clavar la rueda de la fortuna” amontonando impedimentos de cambio. Esas escasamente sobreviven a los regímenes que las pergeñaron y no pretendo cansar a mis lectores siquiera enumerándolas.
Con lo señalado creo que estoy en verdad aportando una idea para salir del atolladero en que estamos. Es una forma racional y posible para resolver el gran dilema y, desde luego, será el que yo mismo tendré a la vista para no sentir pena al momento de rechazar una propuesta que no vale ni el papel que ocupa. (ElLíbero)
Orlando Sáenz