Los intentos de falsear la historia, en la línea del embajador Velasco en España, que culpó a las políticas de los 30 años de haber profundizado la desigualdad, o de Boric en la ONU, al describir a Chile como uno de los países más desiguales del mundo, han buscado salvar el relato octubrista que niega el valor de la transición democrática y, sobre todo, el progreso alcanzado. Es el empeño postrero por demostrar que nuestro país recorrió un camino equivocado desde el comienzo, y que el actual gobierno tiene una fórmula mejor, aunque escondida.
El triunfo del No en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 marcó el inicio de la reconstrucción democrática, y ello supuso el entendimiento entre las fuerzas antidictatoriales y las FF.AA. El terreno del reencuentro fue la Constitución de 1980 que, pese a haber surgido en condiciones de falta de libertad, generó la coyuntura del plebiscito que, finalmente, se convirtió en la puerta de la libertad. Las FF.AA. reconocieron el triunfo del No y respaldaron la transición porque sintieron que cumplían así con su propio compromiso institucional. No hubo ruptura. Fue la vía del entendimiento.
Las libertades avanzaron mediante la acumulación de reformas sostenidas en amplios acuerdos. Esa fue la base de la estabilidad, la gobernabilidad y el progreso económico-social. Entre el plebiscito de 1988 y el que se efectuó el 4 de septiembre, no han estado nunca en duda las libertades públicas y no se han interrumpido las elecciones libres, abiertas y competitivas. Todos los gobiernos promovieron reformas constitucionales que fueron aprobadas en el Congreso por amplia mayoría. En la práctica, Chile llevó a cabo un proceso constituyente a lo largo de tres décadas. Fue una experiencia inmensamente fructífera, aunque la obcecación ideológica impida verlo.
La transición se materializó por una vía que podría calificarse como “impura”, para escándalo de algunos que, curiosamente, no han tenido problemas para ocupar todo tipo de cargos públicos “impuros”. En marzo de este año, un gobierno de derecha fue sucedido por uno de izquierda. Y con “la Constitución de los 30 años”, el PC ha participado en dos de los últimos tres gobiernos.
Gracias al triunfo del No, el país avanzó por un camino que condujo al mismo tiempo a la libertad y la paz. Ello permitió evitar nuevos desgarramientos y dolores, que ya habían sido demasiados, y llevar adelante un proceso de regeneración institucional en cuyo núcleo estaba la cultura de los derechos humanos. Sin embargo, la democracia no se defiende sola. Nunca está completamente a salvo.
Qué valioso sería que las nuevas generaciones aprendieran a distinguir entre la opresión y la libertad, entre la dictadura y la democracia, y que entendieran que, en un contexto como el que vivimos, debe excluirse absolutamente la violencia de cualquier empeño por tener una sociedad más justa. (La Tercera)
Sergio Muñoz Riveros