La humanidad ha comenzado a dar un giro inédito. Si este no es editado por la filosofía, la filosofía no habrá servido para nada. Es que la filosofía no ha de servir para nada, se dice. Sí, no: la gratuidad es inherente al pensar más alto, pero cuando este pensar no se interesa por la humanidad bajo ningún respecto, pierde el rumbo.
Dentro de poco el tema ecológico, socio y medioambiental será el principal. La humanidad entra a una etapa monotemática, pero no monótona. Estamos por llegar al punto de no retorno. El Apocalipsis vuelve a inquietar, aterrará, como ocurrió en la inminencia del año mil. Entonces abundaron los suicidios. Pero no pasó nada más. Esta vez puede que sí.
Este es el contexto que hace a la filosofía más necesaria que nunca: urge pensar. La filosofía, como ninguna otra ciencia, se revisa incesantemente a sí misma. En la actualidad tendrá que evaluar cómo está respaldando, iluminando y ofreciendo categorías al compromiso ético que están asumiendo los seres humanos por doquier. En este trance, si la filosofía no lo hizo antes, debe ponerse al servicio de una revolución epistemológica. Esta, dicho a la rápida, debe amarrar mente y corazón, y recuperarse a sí misma como sabiduría. Se requiere un tipo de conocimiento como el de los pueblos originarios, las culturas asiáticas y los pobres en general, que amalgame la existencia humana y la ciencia moderna. La ciencia desconectada de la experiencia real del mundo de las personas, aprovechada por la técnica a cuyo servicio está, es el origen exacto de la debacle ecológica. Hay disciplinas distintas, desparramadas, que si no se conjugan en un corazón humano alienan en ambas direcciones: la del cientificismo y, en el caso de religiones como el cristianismo, la del intimismo. El caso es que la ciencia y la técnica modernas son como bueyes uncidos a la carreta del capitalismo que devora el planeta.
Abro paréntesis: nada hay más triste en el campo de las ciencias que la Teología. Esta, salvo en los casos de las Teología india, la Teología feminista y la Teología de la liberación, y otras teologías contextuales, ha cortado todo nexo con la espiritualidad. Las(os) teólogas(os) universitarios(os) son apuradas(os) con la picana del cientificismo para producir papers Wos, Isi, Scopus, Scielo, al igual que los demás científicos universitarios. El divorcio entre la experiencia de Dios y la enseñanza universitaria, provocado por la exigencia de cumplir con los estándares científicos norteamericanos y mantenido a raya por los sistemas de control eclesiástico, es prácticamente total. Si se diera una reconciliación entre ambas, la Iglesia superaría tal vez su crisis; lo haría generando intelectuales orgánicos capaces de luchar contra el statu quo. Si la Teología tuviera que ver con Cristo, otro gallo cantaría. Ella comparte la miopía de las otras áreas de la ciencia, pero en su caso la accountability ante las exigencias del aparato estatal es imperdonable. Ha olvidado que tendrá que dar cuenta de su desempeño al Padre eterno.
Vuelvo al tema de la revolución epistemológica que necesitamos. La localizo en el mundo de los pobres. Estos tienen que enseñarnos exactamente aquello que debemos aprender: ¿cómo se vive con incertidumbre? ¿Cómo se sobrevive? También se puede aprender del modo de rezar de las familias migrantes en las fronteras de los países latinoamericanos. No podemos saber cómo experimentaron el genocidio los pueblos que fueron extinguidos en América Latina y el Caribe. Ellos sí supieron qué es un acabo mundi. Pero todavía se puede oír a quienes son despojados de sus tierras y culturalmente negados. Sabemos que se necesitan más de cinco planetas para dar a la humanidad una existencia digna. Lo que el 50% de los seres humanos sabe, pero el 1% no, es cómo se vive con poco y nada. Endeudados. De fiado. ¿Cómo se vive sin necesidad de robar? ¿Y cómo, cuando es un deber robar para dar de comer a los niños?
Último paréntesis y no molesto más: ¿en qué está la filosofía de nuestro continente que, tras la pandemia, ha vuelto a la pobreza? Sé poco del tema. ¿Tiene espacio en las facultades e institutos de filosofía de nuestras universidades o se la mira con condescendencia, como hacen los europeos con nuestras publicaciones? La dependencia filosófica del primer mundo en nuestro medio es completa. Nuestros investigadores glosan las grandes obras. Pero ¿no consiste la vida intelectual en pensar por sí mismo, tal como hacen los adultos? Quizás Kant les dice desde la eternidad: “Dejen los pantalones cortos. Cítenme menos, cítense más”.
Termino: se necesita una Filosofía fundamental que ponga los fundamentos a la responsabilidad de hacernos cargo del planeta. El resto de la filosofía puede considerarse auxiliar. Será fundamental una filosofía que radique en la episteme de los más pobres, esta es, la sabiduría de quienes y para quienes pensar es un asunto de vida o muerte. (El Mostrador)
Jorge Costadoat