Finalizó una nueva cumbre de la Celac. La número siete. Pocas novedades y un claro sabor amargo son los resultados más visibles. Acuerdos novedosos brillaron por su ausencia. Abundaron los enredos comunicacionales, las «desprolijidades» organizativas, los dimes y diretes entre los participantes y disensos que parecen insalvables. Hubo demasiados indicios de un futuro poco promisorio para este bloque. Incluso su presente es de cuidado.
En palabras de G. Lipovetsky, la cumbre dejó en evidencia la nula «capacidad seductora» de Celac. Es posible que incluso, por su naturaleza misma, sea un «universo antiseductor».
Lo más sobresaliente de la cita en Buenos Aires fue la nominación, como nuevo presidente pro-témpore de Ralph Gonsalves, Primer Ministro de unas diminutas islas caribeñas llamadas San Vicente y Granadinas, cuya superficie equivale a Puchuncaví y donde viven 100 mil personas. Su designación a la cabeza de Celac sobresale por una razón muy simple: lleva veintidós años en el cargo de manera ininterrumpida.
¿Qué simboliza un estadista con esa friolera en el poder?
Cualquier cosa, menos convicciones democráticas, por cierto. A mayor abundamiento, sus pocos datos biográficos tampoco caben en el ámbito de la seducción democrática. Gonsalves es un militante laborista forjado en luchas estudiantiles en Gran Bretaña durante los sesenta, metrópoli de la que ahora está demandando reparaciones por los “enormes” daños provocados por el pasado colonial, y es autor de algunos textos sobre teoría marxista y la vía no capitalista de desarrollo.
Su biografía política también destaca una estrecha amistad con Chávez, extendida en estos últimos años a Maduro. No podría negarse, en consecuencia, que su corazón late al unísono con los dos estadistas-íconos tanto de la eternización en el poder, como de una forma de abordar la vida política internacional más bien brusca, divisiva e indefectiblemente impositiva. De esos que plantean o estar con ellos de manera sumisa, o contra ellos. Sin términos medios. Participa de esa visión de la pink tide de ver los compromisos como sinónimo de debilidad.
Para suavizar las cosas, comentaristas cercanos al progresismo latinoamericano dijeron que, en realidad, Gonsalves, tiene una amistad interesada con los bolivarianos. Su país no sería viable sin la ayuda de Caracas. Por lo tanto, una cuestión pragmática. La explicación suena, a lo menos, pueril.
De ella se desprende algo demasiado obvio. Su presidencia pro-tempore pasará por el gran cedazo de la diplomacia venezolana, y muy probablemente cubana, habida cuenta de la estrecha relación que cultivan La Habana y Caracas. Además, por sus modestísimas dimensiones, no habrá suficiente personal vicentino-granadino para atender las necesidades del organismo.
Los más escépticos han recibido con esto de Gonsalves un interesante material de debate. La presidencia de San Vicente y Granadinas será en realidad una presidencia venezolano-cubana, a través de un interpósito Estado. Fuera de dudas, una gran novedad en los asuntos internacionales.
Y no sólo se trata sólo de cuestiones formales. Sabido es que las novedades en el plano multilateral, para que tengan éxito, deben tener cierto espesor intelectual (o más precisamente, eidético), algo que Gonsalves y sus amigos no están en condiciones de proporcionar. Cabe entonces suponer que este formalismo esconde una cruda realidad política. Que la imposibilidad de ponerse de acuerdo en puntos básicos condujo a Gonsalves. Es muy probable entonces que éste sea una simple figura transaccional.
Buenos Aires dejó al descubierto varias cosas: la ausencia de una agenda común, insalvables desencuentros de tipo ideológico e incapacidad de sortear aquello que se denomina costos de la heterogeneidad. Volviendo a Lipovetsky, se diría que se mostraron muy poco interesados en el arte de la seducción mutua.
En tal contexto, el deseo de reelección del Presidente argentino como presidente pro-tempore se tornó inviable. Luego, Nicolás Maduro abortó, extrañamente y a última hora su asistencia, debido a una “emboscada enemiga”, según informó. Raro. En los días previos habían llegado aviones venezolanos con una avanzada presidencial. La participación venezolana se hizo presente también al reprender a los anfitriones por la presencia como observadora de una delegación estadounidense.
Luego, y quizás olfateando este tenso ambiente, la diplomacia mexicana desaconsejó al Presidente Andrés Manuel López Obrador asistir.
El ambiente se crispó todavía más cuando un importante miembro del gobierno argentino tuvo la poco feliz ocurrencia de tratar de “hermano menor” a Uruguay. El Presidente Lacalle le respondió con ironía. Luego, circularon fotos y videos mostrando a una serie de personajes que no son jefes de Estado ni de Gobierno, como Evo Morales, sin que nadie explicase los motivos.
Terminada la cumbre, Perú congeló relaciones con Honduras por los duros ataques presidenciales recibidos y declaró persona non grata a Morales. La Presidenta hondureña, por su parte, fue increpada por su propio vicepresidente y, para no ser menos, el titular de Interior trasandino manifestó su molestia por haber sido marginado de la cumbre. Dimos y diretes al por mayor.
Aquí surge un segundo asunto sobresaliente de esta cumbre. El papel de Lacalle Pou. Uruguay advirtió sobre la presencia de países irrespetuosos de la democracia representativa, siendo especialmente claro con Nicaragua, Cuba y Venezuela. Alertó que Celac no se puede transformar en un club de amigos ideológicos.
De Celac no emanan pulsiones de certidumbre. Envuelto en múltiples parcialidades domésticas, se le ve como un bloque intrascendente, imposibilitado de superar las rencillas internas.
Esto constituye, desde luego, un enorme desafío específico para Lula, quien ha manifestado su interés en revitalizar éste y otros órganos ya fenecidos, sin tomar en cuenta que su deseo va a contrapelo de la experiencia de organismos multilaterales en general y de la propia historia fallida del integracionismo latinoamericano.
Sabido es que, sin una locomotora, estos esfuerzos son inútiles. La tan aclamada integración europea no ocurrió por obra del espíritu santo, sino por la capacidad de liderazgo de estadistas como Konrad Adenauer, Charles de Gaulle y una serie de otros, cuyo mérito histórico radica en aquello que los antiguos romanos denominaban autoritas y gravitas. Dos rasgos políticos del todo ausentes en esta cumbre.
Aún más, Lula fracasó por otro tema, conexo a Celac. Terminada la cumbre, se desplazó a Uruguay para tratar de disuadir a Lacalle de su acercamiento comercial con Pekín y esperar cambios al interior de Mercosur. Pero le fue mal. Pese a la compleja situación de Lacalle, en medio de la marea de gobiernos progres, es probable que Uruguay mantenga el envidiable curso pragmático asumido.
Lacalle ha comprendido que la carrera por asociarse con las potencias asiáticas ya comenzó y tiene carácter competitivo a nivel global. Small is beautiful, pareciera el leitmotiv del Uruguay de hoy.
Sin embargo, el mayor detrimento de sus soñados autoritas y gravitas, lo sufrió Lula ante Mujica, ese viejo guerrillero devenido en una suerte de santo del progresismo mundial, quien le aconsejó no seguir adelante con la disparatada idea de una moneda común latinoamericana.
Sin embargo, vistas las cosas con frialdad y objetividad, esa quimera de una moneda común podría no estar tan lejos, aunque será con el dólar estadounidense o directamente con el yuan. Uno de los dos terminará seduciendo a los latinoamericanos.
Hace algunos años, el canciller brasileño, Celso Lafer dijo que una macrozona de libre comercio desde Canadá hasta Chile y Argentina era una opción, pero que Mercosur era el destino. El primero podría ocurrir; el segundo es ineludible.
La última cumbre de Celac permite recordar el espíritu de aquel dicho, visto casi como un axioma por su autor en su deseo de hilvanar el patchwork que representan los países latinoamericanos. Recordando a Lafer, las opciones, destinadas a soñar futuros gloriosos entre hermanos latinoamericanos hay y seguirá habiendo. El destino -lo ineludible- estará marcado sin embargo por las superpotencias. No hay más en el horizonte. (El Líbero)
Ivan Witker