Tras los resultados de la elección de delegados del Consejo Constitucional, han sido varios y distinguidos los analistas que se han referido a los peligros que acechan al Partido Republicano antes de poder consolidar su primera mayoría en dichos comicios. Sin embargo, creo que el problema de fondo que tal partido enfrenta es el del agudo desequilibrio entre su poder factual y su poder institucional y el largo periodo de tiempo que tiene que salvar sin desgaste para corregir tal desbalance.
En toda estructura democrática de gobierno existen dos clases de poderes, entendiendo por tales a la capacidad de presión sobre la marcha del país de que se trate. Están los poderes institucionales que contempla la Constitución correspondiente (Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial, además de los poderes establecidos tales como la Contraloría, el Tribunal Constitucional o el Banco Central, etc.). Pero existen otros poderes factuales que, sin estar incluidos en la institucionalidad formal, ejercen influencia, con frecuencia decisiva, en las decisiones políticas que marcan el rumbo de la nación (por ejemplo la CPC, la Iglesia Católica, algunos poderosos gremios y colegios profesionales, etc.). Entre esos poderes factuales sobresalen, evidentemente, los partidos políticos.
Sin embargo, en el caso de estos últimos, las elecciones populares les ofrecen la oportunidad de ganar posiciones en poderes institucionales, con la elección de correligionarios en cargos tales como Senatorias, Diputaciones, Intendencias, Ministerios, Gobernaciones, etc. Normalmente existe una cierta correspondencia, en esos casos, entre el peso como poder factual y el peso como poder institucional.
En el caso temporal del Partido Republicano, existe un agudo desequilibrio entre ambas posiciones porque el resultado de la elección de mayo le otorgó gran poder institucional en el Consejo Constitucional que, pese a su importancia, es una instancia transitoria y de corto plazo, a tiempo que su representación parlamentaria es relativamente insignificante porque corresponde al resultado de una elección en que el partido tenía todavía una fuerza muy limitada. Ese desequilibrio, que se prolongará hasta las próximas elecciones populares, torna especialmente difícil manejarse en la contingencia nacional durante ese largo intervalo.
En ese lapso, el campo de batalla para contener las pretensiones totalitarias de este desvencijado gobierno, estará situado en el Congreso Nacional donde el Partido Republicano es muy débil. Allí el muro de contención estará a cargo de los partidos de derecha tradicional y algunos de centro democrático, cuya actuación no podrá dejar de tener efecto sobre la base de apoyo del Partido Republicano. Es difícil imaginarse la actitud que tendrá que adoptar éste para evitar una excesiva erosión, tanto más cuanto que su posición en el Consejo Constitucional le aconsejaría una actitud muy prescindente en la contingencia diaria. Si optara por participar enérgicamente en esa contención desde la tribuna pública, podría erosionar su prestigio constituyente que debe ser necesariamente sereno y unitario. Otra cosa puede erosionar la aceptación de la propuesta constitucional que finalmente se proponga a la ciudadanía, con fuertes repercusiones negativas en el partido que más ha influido en su texto.
Tal vez lo más aconsejable fuera mantener una actitud pública reservada, pero respaldada por una intensa gestión de acercamiento y coordinación con los partidos tradicionales de derecha en busca de un frente común de largo alcance. Para ese fin, la lejanía temporal de las próximas elecciones es una ventaja porque ofrecen la oportunidad de un gran avance para un pacto electoral sólidamente constituido y conveniente para todos los participantes. En ese esfuerzo de carácter unitario será necesario la presencia activa de los máximos dirigentes del Partido Republicano, comenzando por el propio José Antonio Kast, puesto que los que tiene empeñados en la Convención deberían mantenerse relativamente al margen de esas tratativas para concentrarse en la dura tarea que ya les corresponde.
Un factor a tener muy en cuenta es la fuerza con que se está proyectando Evelyn Matthei como fuerte precandidata presidencial. Es un excelente prospecto y sería un grueso error tratar de superponerle otro candidato puesto que ella está en perfectas condiciones para atraer una gran y triunfadora votación. Es evidente que se necesita mucha sabiduría y generosidad para forjar la alianza que parece la mejor solución para el dilema que enfrenta el Partido Republicano.
En política chilena, unos cuantos meses son un siglo, de modo que el mayor riesgo que enfrenta ese partido es llenar ese inmenso tramo sin desgastarse y trasformar en poder institucional su actualmente inmenso poder factual.
Por otra parte, para los partidos de derecha tradicionales el papel de muro de contención durante este largo periodo es una gran oportunidad, pero también un gran riesgo. Si se muestran débiles y divididos, el periodo sólo les traerá desgaste y precisamente en favor de los republicanos. Si, por el contrario se demuestran capaces de cohesión y firmeza, pueden ganar posiciones en el sector más céntrico y moderado de nuestra sociedad, que no desea el avance del populismo de ultraizquierda, pero tampoco desea una sociedad eternamente dividida en bandos irreconciliables. (El Líbero)
Orlando Sáenz