La palabra patrón tiene dos acepciones de uso común. La primera, entendemos un patrón como una serie de hechos que se repiten de manera sucesiva. La segunda, cómo aquél que ejerce el poder en una organización de manera vertical, ofreciendo protección a cambio.
A esta altura es evidente que en el caso “fundaciones” existe un patrón y no es culpa del descuido. Al menos podemos identificar tres similitudes en todos los casos. (1) Se le transfirieron recursos a Fundaciones sin ninguna experiencia previa para cumplir la tarea encomendada. (2) Esas Fundaciones estaban encabezadas por personas con un evidente conflicto de interés con quienes asignaron los recursos por relaciones de amistad o parentesco, por vínculos laborales previos e incluso vigentes, o por cercanía ideológica. (3) En todos los casos el Estado disminuyó los controles y no exigió las garantías suficientes para que estas fundaciones se adjudicaran recursos que de otra forma no podría haberse adjudicado y, (4) se decidió utilizar fundaciones con color político, en vez de municipios u otros servicios públicos como ejecutores de los fondos.
Es evidente que estos patrones no son casualidad: se trata de un “mecanismo” creado para capturar los recursos públicos, que, de mediar procedimientos competitivos con análisis de experiencia y calidad de las propuestas, exigencias y una evaluación objetiva, en ningún caso habrían sido adjudicadas a estas fundaciones. De ahí se derivan relaciones afectivas, laborales y políticas con quienes adjudicaron los recursos (En Ti, Democracia Viva, Urbanismo Social, Procultura y un largo etcétera) o la multiciplidad de giros y objetivos de fundaciones casi renacentistas que hacían de todos y en todos lados (Procultura- Urbanismo Social) o lo ausencia de protección de los recursos por el Estado (Los Lagos, Biobio, Vivienda).
Todo se explica con una fórmula: el patrón era entregar fondos a fundaciones no por lo que hacían o su calidad, sino por las relaciones políticas y su capacidad de recibir fondos de manera ágil. En el fondo, cuatro características que se repiten en cada caso son un patrón. Y aparecen cada día más. Pero en casos cómo este un patrón así, no funciona sin un líder o una instrucción: un mecanismo nacional y diseñado de está forma, requiere que uno o más creadores hayan trasmitido las 4 claves para sacar los fondos.
No es creíble que sólo casualidades hayan provocado casos tan similares en casi 10 regiones del país. Ni menos que estas fundaciones hayan gozado del privilegio que se derribaran las barreras de control (como auditorias) o se descubrieran los forados (no pedir boletas de garantía) en un plazo tan corto. Cómo me decía un viejo profesor de negociación, no existe una estrategia sin un diseño y una ejecución eficaz sin un liderazgo. De eso poco hemos sabido. Nos hemos entretenido con historias de lencerías, conflictos en sectores políticos, manos al fuego y peticiones de renuncia. Pero de los verdaderos autores nada. Nos hemos quedado en quienes eran los eslabones de ejecución, pero aún ronda un halo de misterio en quienes diseñaron y permitieron que esas instituciones entregaran estos recursos.
El Patrón del Mal en este caso, no es el personaje de una ficción. Son algunos con cara y nombre que desde el Estado decidieron que más importante que ayudar a millones de chilenos con estos fondos, los usaran fundaciones vinculadas políticamente para un destino distinto: fortalecer sus redes políticas y trabajo territorial. Qué le robaron desde dentro del Estado miles de millones de pesos a los más pobres, para hacer política. Y que hoy están escondidos mientras caen sus cómplices y nada sabemos de los verdaderos autores: los que llamaron, los que bajaron barreras, los que idearon el mecanismo.
El gobierno de Boric tiene una tremenda deuda en el manejo de esta crisis: no sólo ha sido incapaz de asumir la existencia de un mecanismo, sino que se ha transformado en un experto en anunciar el caiga quién caiga, sin que ahora sepamos ni haga caer al verdadero patrón -en este caso- el patrón del mal. (La Tercera)
Sebastián Sichel