De nuevo el aborto

De nuevo el aborto

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De todos los temas públicos, el del aborto es, sin duda, uno de los más controversiales. Y las opiniones encontradas respecto de él no son un fruto de la equivocación moral o de la terquedad frente a un dilema simple, sino de los límites que posee el juicio frente a un tema complejo y en una sociedad cuyos miembros deben tratarse como iguales.

Y, por supuesto, para dilucidar los problemas que plantea hay que abandonar el simplismo o la tontería que asoma cada vez que el tema se discute y que divide a los ciudadanos en partidarios de la vida (quienes se oponen al aborto) o agentes de la muerte (quienes están por permitirlo); liberales (quienes lo permiten) y conservadores (quienes se oponen); la izquierda (que lo favorecería) y la derecha (que lo impediría); creyentes (que se opondrían) y ateos (que lo favorecerían).

Todas esas formas de plantear el problema son simplezas, infantilismos, frases ligeras de sobremesa, ideas recibidas, cosas que se escriben en las redes o en los blogs. En cambio hay que hacer esfuerzos por identificar las razones en un sentido o en otro e intentar alcanzar una solución razonable.

¿La hay?

El texto propuesto en el Consejo Constitucional (quien está en el vientre materno, dice ese texto, es alguien) puede ser un punto de partida.

Aceptemos que la regla recién aprobada dice, de manera implícita pero inequívoca, que en el vientre materno hay un individuo como usted o como yo y que él merece protección. ¿Cuáles son los alcances de esa regla? ¿Expresa ella un acuerdo que debiera considerarse razonable?

Desde luego la regla no impide —como se ha dicho con cierto apresuramiento— el aborto en tres causales actualmente vigente. Y la razón —vale la pena repetirla— es que en esos tres casos se permite el aborto no sobre la base de negar la humanidad al feto, sino porque prohibirlo significaría establecer deberes para la mujer que no es razonable exigirle de manera coactiva. Así entonces permitir el aborto en esas tres causales es compatible con reconocer humanidad al nasciturus.

Debe entonces concluirse que la regla aprobada no importa desconocer la regla sobre aborto actualmente vigente. Eso es inconcuso.

Lo que sí hace la regla es impedir el aborto a requerimiento de la mujer, lo que suele llamarse el aborto libre. Y es que parece evidente que así como no se debe coaccionar a una mujer a que lleve adelante deberes supererogatorios (que suponen un sacrificio que nadie estaría dispuesto sin más a aceptar), tampoco debe permitirse que el nasciturus (si es alguien como usted o como yo) quede a disposición de la mera voluntad. Así como ningún adulto está obligado a un sacrificio extremo por otro; pero tampoco puede usar a otro como un simple medio para sus fines, así también ocurriría (bajo la regla aprobada) en la relación entre el nasciturus y la madre. La madre no está obligada a un sacrificio heroico (y de ahí que se permita el aborto en tres casos); pero tampoco puede decidir a voluntad el destino del nasciturus (impidiéndose por tanto el aborto llamado libre).

La conclusión entonces es que la regla aprobada permite, por una parte, el aborto en tres causales e impide, por la otra, la consagración del aborto por la solicitud de la mujer sin que medien causales cualificadas.

No es una regla —la verdad sea dicha— ni insensata, ni medieval, ni añeja, ni atávica, ni opresora de las mujeres, ni patriarcal, ni nada semejante.

Más aún (y aunque esta no sea una razón decisiva) es probable que ese punto de vista coincida con el de la mayoría. Esta última en efecto favorece el aborto con causales; pero es difícil que se incline por el aborto sin cualificación alguna.

De esta forma —y mal que pese— la regla aprobada por la mayoría del Consejo, si se la mira con detenimiento y sin simplezas, parece reflejar un acuerdo razonable en un tema donde las dificultades para alcanzar una conclusión que todos puedan aceptar es muy difícil. La dificultad deriva de la índole del debate democrático donde todos se reconocen iguales y cuyas capacidades, sin embargo, los conducen a conclusiones diferentes.

Por eso para pensar este problema quizá sea útil comenzar por evitar llamar partidarios de la muerte a quienes abogan por el aborto, o excomulgar socialmente a quienes se oponen a él.

El aborto plantea un problema moral de gran envergadura y se le deforma cuando se le reduce a una opción partidaria, como parece estar ocurriendo. Por eso quizá lo más preocupante de este tema no es la posición que cada uno adopta ante él, sino el deterioro que muestra de la capacidad de discernirlo, la falta, en este lado y el otro, de conciencia acerca de la hondura moral que este tipo de problemas posee. Es propio de los seres humanos buscar el asentimiento racional de sus decisiones. A eso se le puede llamar conciencia moral. Abandonar la búsqueda de asentimiento racional —en el aborto o en cualquier otro, sustituyéndolo por una opción puramente partidaria o por la suma de likes— equivale a perder esa conciencia. (El Mercurio)

Carlos Peña