Orgullo y prejuicio-Isabel Plá

Orgullo y prejuicio-Isabel Plá

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En la edición de ayer de este diario, viene una breve reseña de Jane Austen, retratos y relatos sobre su biografía y obra.

Sus novelas, preciosas e imaginadas antes de que Victoria reinara en Inglaterra, exponen, con delicada ironía, el permanente dilema entre la emoción y la razón. Amores locos que deben someterse a un matrimonio conveniente; el abandono de una pasión, para entregarse a un futuro seguro. Caminatas despreocupadas, bajo el sol o la lluvia, por el campo; o la compostura en una iluminada fiesta para debutantes en la ciudad.

Todos estamos arrancando un poco del dilema constitucional. En menos de tres años hemos ido cinco veces a las urnas para aprobar o rechazar el camino para una nueva Constitución y, luego, elegir convencionales. De nuevo a aprobar o rechazar la propuesta de una convención; y elegir a quienes nos están representando hoy en otro Consejo ad hoc.

Las decenas de mensajes que caen esta semana en los grupos de WhatsApp que suscribo, cruzan el constante dilema. La razón, que intenta explicar que la crisis que vive Chile exige —no única, pero sí sustancialmente— cerrar la incertidumbre constitucional. La emoción, con rabias de quienes no querían este proceso y lo sienten como una imposición. Alegría porque las normas que se van aprobando son, ruidos más, ruidos menos, bastante sensatas (aun cuando pueden mejorarse en las siguientes etapas). Colaboradores del proceso, avezados especialistas y vigilantes de la doctrina irritados, frente a la crítica o las dudas.

Mientras se lucha entre la razón y la emoción, orgullos y prejuicios nunca han sido buenos compañeros. Veneno para Chile y su futuro.

Desde la izquierda, el orgullo herido y la negación de la derrota del 4 de septiembre del año pasado, cuando una mayoría vislumbró más de cerca sus ideas y no le gustaron. Que Chile se partiera en una plurinacionalidad; que se exterminara el Senado. O que los ahorros previsionales, fruto de una vida de trabajo, fueran a parar a un fondo común (“seguridad social”, el eufemismo que usa hoy el Gobierno para promover su reforma).

Desde la derecha, sobre todo la que predomina en el Consejo Constitucional, el orgullo de haber arrasado en las urnas. Pero los triunfos no son inmortales y exigen responsabilidad. Esa derecha, en particular, arriesga futuro si se entrega solo a una batalla cultural, y abandona la posibilidad de un texto que, menos a la medida y con más consenso, tenga un contundente respaldo a fin de año.

El prejuicio: otro enemigo de las buenas decisiones. Si el texto de los expertos fue el fruto de meses de conversaciones e intercambio de evidencia, entonces habrá que sospechar. Llama la atención el No rotundo, irreductible a los acuerdos, vistos para algunos como el resultado de someter su verdad, para dar cabida al entendimiento.

La izquierda presente en el Consejo Constitucional no logra, tampoco, sacudirse el prejuicio frente a sus adversarios ideológicos. Como dijo alguna vez un diputado PC, si la derecha aprueba un proyecto, ya sé que debo rechazarlo. Es bueno valorar, sin embargo, que varias de las enmiendas aprobadas esta semana tuvieron unanimidad. Hay una luz, ojalá no se apague con algún próximo zapatazo.

Habrá que elegir entre lo que se está redactando, que nunca será perfecto (porque nada lo es en las constituciones, ni en la vida). O lo que hay, que sigue representándonos a una parte del país, no obstante comprender que su vigencia tiene el tiempo contado.

Habrá que elegir también entre las aspiraciones puramente culturales —muy lejos, ciertamente, de la experiencia pasada y rechazada, que construía todo un país de nuevo— o la menos estruendosa estabilidad (la perdimos hace algunos años y vivimos cada día sus resultados).

El dilema es hoy ineludible. Las novelas para elegir: Orgullo y prejuicio; Sensatez y sentimiento; Persuasión.

Más elocuencia, imposible. (El Mercurio)

Isabel Plá