En otras oportunidades hemos señalado que esforzarnos por lograr proyecciones económicas precisas es un ejercicio fútil. Es mejor discernir posibles tendencias y evaluar cuales son más confiables según los elementos que la sustentan.
Un año atrás imperaba el pesimismo. La inflación en EE.UU. había alcanzado un 9,1% en junio y Europa llegó al 10,7% en octubre.
Las tasas se elevaban en magnitudes y a velocidades no vistas hacía 40 años. La mayoría de las proyecciones apuntaban a una recesión económica para los próximos doce meses. Las visiones más pesimistas proyectaban una caída profunda de la actividad. Otros esperaban algo muy moderado. Unos pocos hablaban de un aterrizaje suave.
La sólida posición del sector privado, rasgo que distingue este proceso de ajuste con otros del pasado, inclinaba la balanza hacia las visiones más optimistas que auguraban una recesión de poca intensidad, ya que un aterrizaje suave se veía poco probable dado el nivel de inflación que había que enfrentar.
Lo que vemos hoy es que ni las principales economías ni el mundo entero experimentaron una caída relevante. Europa, particularmente Alemania, es la que más ha desfilado al borde de un proceso recesivo. China vivió un 2do trimestre negativo, pero se recuperó con fuerza el 3er trimestre. Si bien está más lejos del dinamismo del pasado, superará levemente el 5,0% este año.
EE.UU., país que era candidato a una recesión, destaca porque, a pesar el tamaño de su economía, tendrá un notable crecimiento el 2023, con un tercer trimestre excepcional, que alcanzaría un valor cercano a 5,0% ajustado estacionalmente. La inflación disminuyó y está levemente por encima del 3,0%, cifra aún mayor a lo óptimo, pero muy inferior a las máximas de hace 12 meses.
Para explicar este comportamiento se esgrimen distintos argumentos, entre los cuales destaca un aparente aumento de la productividad de la economía y la incorporación de nuevas personas a la fuerza de trabajo. Desgraciadamente, también se vislumbran vientos en contra, como veremos más adelante.
Hoy, las proyecciones de una recesión en un corto plazo se han diluido. Los más pesimistas la postergan hasta un horizonte de 18 a 24 meses en el futuro. Otro grupo estima que, dadas las especiales características vividas —encierros y reaperturas producto del covid-19—, en realidad hemos experimentado una recesión que no ha sido simultánea, sino que ha rotado en distintos sectores.
Primero, restricción a los servicios; luego, los bancos que debieron ser cerrados o vendidos, el sector inmobiliario por el alza de tasas y las manufacturas que tanto en EE.UU. y Europa aún no se recuperan. Por su parte, hay quienes piensan que todo llevará a un aterrizaje suave y que la inflación se moderará sin que se produzca una contracción económica recesiva.
Dado lo acontecido y la evolución reciente del crecimiento y la inflación, no se puede más que coincidir en que una recesión parece descartada en el corto plazo. Sin embargo, y a pesar del optimismo sobre los aumentos de productividad que la nueva tecnología parece prometer, hay nubarrones en el horizonte.
Si bien el sector privado ha enfrentado la actual coyuntura con una solvencia mayor que en el pasado, no se puede decir lo mismo de la posición fiscal de las principales economías.
La deuda bruta del Gobierno Federal de EE.UU. se empina sobre el 120%, más de US$ 33 trillones. Una mayor deuda y tasas más elevadas en el mediano plazo son una mezcla explosiva. Más aún si el déficit fiscal se sigue elevado por sobre el 6% del PIB.
Superar en buena forma este dilema no es imposible, pero requiere decisiones complejas que ningún político se atreve a insinuar. Solo una precandidata a la presidencia del Partido Republicano ha expresado ideas creativas para moderar gastos que se suponen automáticos e intocables: los pagos de pensiones de la seguridad social, recién reajustados en una cifra cercana a dos dígitos y los gastos médicos que las reformas de Obama aceleraron. Hay que remontarse al gobierno de Reagan para ver cambios en la edad de jubilación como los que Macron acaba de llevar adelante en Francia, obligado por una deuda del gobierno superior al 100% del producto.
Los optimistas reconocen este problema, estiman que es de más largo plazo y que un mayor crecimiento de la economía catapultado por los cambios tecnológicos permitirá manejarlo sin cambios traumáticos.
Es posible simpatizar con la visión optimista de los impactos de la tecnología, pero desgraciadamente los sistemas políticos hacen difícil que se concreten, y en algunos casos se colocan metas utópicas, forzando a la economía a tomar caminos sin salida.
No vamos a argumentar acá sobre la gravedad de futuros cambios climáticos ni si los hombres los provocan y están capacitados para impedirlo. Pero si realmente se visualiza un problema existencial, como a veces se describe, son inexplicables ciertas actitudes y decisiones.
Los países que pueden, como Chile, ¿por qué no facilitan y aceleran el uso de los recursos hídricos en vez de impedirlos? Aquellos que disponen de tecnología nuclear, ¿por qué no aceleran su desarrollo en vez de cerrar las centrales existentes? Los que disponen de recursos de gas factible de extraerse con la tecnología del “fracking”, ¿por qué no lo hacen, como podría ser el caso de muchos europeos que lo prohíben?
Más aún reconociendo que el gas es un gran paso adelante en emitir menos CO2, como lo demuestra el progreso de EE.UU. al respecto, es inexplicable que Europa optara por depender de Rusia. Los costos de esa decisión los está pagando hoy.
Pretender cambiar toda la estructura energética de la economía —generación, transmisión y distribución— en forma acelerada y voluntariosa, puede tener consecuencias muy negativas para el progreso, que ni los nuevos desarrollos tecnológicos podrán superar con sus consecuencias en la productividad.
Es de esperar que la experiencia de Europa con Rusia y los problemas de Alemania, uno de los países con costos de energía más altos, lo que está golpeando duramente a sus empresas y a quien además un reciente fallo de la Corte Constitucional la obliga a no poder esconder el impacto para el fisco de los subsidios que entrega para la renovación energética, faciliten que se sigan estrategias más realistas y no tan disruptivas.
En síntesis, en el corto plazo parece razonable la opinión mayoritaria de que no enfrentaremos una recesión de importancia. En el largo plazo, depende del realismo y capacidad de los sistemas políticos para resolver en buena forma los dilemas esbozados. No olvidemos que además la realidad nos puede sorprender en cualquier momento con hechos tan lamentables como las guerras en Ucrania o en Gaza.
Chile a principios del 2023 era visto por algunos como encaminado a una recesión relevante, pero la solvencia de sus instituciones financieras y la de sus empresas e individuos indicaban que lo más probable sería un estancamiento económico. Ello es lo que hemos visto en realidad.
La tarea es salir de ese estancamiento. Ello requiere de habilidades y disposición de las instituciones políticas. En octubre del 2019 embarcaron al país en una aventura institucional que impidió hasta ahora enfrentar los reales problemas y sumió al país en la incertidumbre.
Coincido plenamente con lo dicho por el expresidente Frei, respecto a su posición de votar A favor en el plebiscito del 17 diciembre dentro de dos semanas. Todos tenemos diferencias con la propuesta, pero también con lo que hoy nos rige. Lo propuesto no es perfecto, pero no es la aventura de unos iluminados que, sin considerar opiniones diferentes, pretendieron cambiar al país, su historia y cultura lo que llevó al contundente Rechazo del 4 de septiembre del 2022.
En este caso, el Congreso puso límites, estableció un procedimiento para determinar si esos límites no se respetaban. Una Comisión de Experta generó una propuesta cuya estructura se conservó y dentro de ella un Consejo elegido le dio forma definitiva. Poner un punto final al proceso disruptivo iniciado el 2019 permitirá enfocar el trabajo en los problemas acuciantes y críticos. La seguridad y el crecimiento. De lo contrario, y como ya lo han insinuado algunos miembros de la coalición que gobierna, el mismo 18 de diciembre se sentirán autorizados para intentar mantener la incertidumbre, incluso con nuevos “movimientos populares” en las calles. Los chilenos no merecen ese mal destino. (El Mercurio)
Hernán Büchi