Una de las postales del domingo pasado fue sorprender a Michelle Bachelet diciendo la verdad finalmente. «Prefiero algo malo que algo pésimo» dijo con pesar la ex Mandataria para justificar su decisión por la opción En contra. En contrapartida, muchos de los que fuimos por el A favor -y que rechazamos tanto el legado como el ideario político de la expresidenta- nos encontrábamos ante una tesitura diametralmente opuesta: teníamos que escoger entre algo bueno y algo mejor.
Como se dijo alguna vez en la España de los noventa, lo sucedido en el plebiscito constitucional fue una «amarga victoria» para unos y una «dulce derrota» para otros. Un triunfo exento de bocinazos porque para el Gobierno el resultado no fue más que un alivio al evitar una tercera derrota en poco más de un año. Aunque no deja de sorprender lo rápido que le volvió el alma al cuerpo a algunos: Marcel queriendo reflotar su ruinosa reforma tributaria, Jara haciendo lo propio con el tema previsional (con impuestos encubiertos de por medio) y Tohá, quien en segundos pasó de la convalecencia a la arrogancia, provocando a la oposición al decir que la reacción posplebiscito de ella se debía a una expresión del shock de la derrota.
Si no hubo bocinazos por un lado tampoco hubo «llanto y rechinar de dientes» por el otro. Buena parte de la derecha se encuentra cómoda con la actual Constitución y buena parte de la propuesta fallida no hacía otra cosa que reforzar las innovaciones más notables que la Constitución de 1980 introdujo en nuestra tradición constitucional. Evidentemente, el escenario posplebiscitario no es el ideal, pero sólo una especie de ceguera política -esa que exagera todo para ubicarse en un centro que no existe- nos impediría ver las enormes diferencias que existen entre la derrota de la izquierda de 2022 y la propia de la derecha en 2023. El “Apruebo” sólo ganó en 8 comunas, el “A favor” en 127. El “Rechazo” del año pasado supuso un fracaso ideológico para la izquierda de proporciones, cosa que no sucedió con el “En contra” para la derecha.
Así como el Gobierno no tendrá gran margen para capitalizar este amargo triunfo, es fundamental que la oposición sepa superar rápidamente esta dulce derrota. Es de vital importancia tener la cabeza puesta en las próximas elecciones municipales y regionales que vienen para este 2024. Comicios en los cuales todos los sectores de la oposición deben participar unidos si queremos evitar un Daniel Jadue 2012. Por este motivo, no es el momento de repartir culpas entre las diversas expresiones de la derecha parlamentaria.
Sin embargo, considero que un pacto de silencio es absolutamente insuficiente para estos efectos. Básicamente, porque siempre existirán díscolos que, sea cual sea su motivación, en ocasiones se alejan de sus partidos y toman su propio camino. Sin ir más lejos, esto lo pudimos ver en el torpe reproche del exconsejero Luis Silva a la alcaldesa Evelyn Matthei, muy distinto al reconocimiento que José Antonio Kast le brindó a la edil de Providencia. Lo mismo puede verse por el otro lado con las siempre desafortunadas declaraciones del senador Iván Moreira.
Se necesita un compromiso más profundo que la omisión de recriminaciones. Chile Vamos y Republicanos deben edificar su necesaria alianza electoral en un reconocimiento mutuo que permita mirar un futuro común -al menos en el corto plazo- por medio de comprender acciones pasadas.
Así, no haría mal Chile Vamos en reconocer que las enmiendas del Partido Republicano permitieron dejar el tejo pasado de modo que elementos tan importantes en nuestra Constitución actual como la libertad de elección en salud y educación no terminaran siendo un tema de discusión para la izquierda. Por su parte, el Partido Republicano debería aceptar que si el texto de los expertos no fue tan disparatado como el “mamarracho constitucional” fue en buena medida gracias a los 12 bordes negociados con la izquierda previamente. En definitiva, es la comprensión de que la política es compleja y dinámica lo que podría hacer que la alianza electoral de la derecha para las próximas municipales sea una unión más robusta que un matrimonio forzado.
Al reflexionar sobre el reciente plebiscito y el papel de la derecha, resulta evidente que para forjar un camino adelante, este sector debe reevaluar y reestructurar su agenda política. El desafío municipal no sólo señala la necesidad de una mayor cohesión interna, sino también la importancia de ofrecer una oposición al Gobierno que piense primero en el bien de Chile antes que en el mal del oficialismo. Para esto, las negativas a pactar con el Ejecutivo deben estar debidamente justificadas en el bien común y deben conllevar otras alternativas de pactos que permitan a la clase política entera avanzar en la solución de las urgencias sociales. Esa será la única forma de conquistar a un electorado apático que promete ser esquivo para cualquier partido político en los próximos comicios. (El Líbero)
Juan Lagos