En los veranos me sumerjo en la lectura voraz, principalmente de novelas que en el año son parcialmente postergadas por libros de historia o de política. Tuve una niñez enfermiza y en un mundo donde solo existía una radio para obtener entretención, el libro era la pieza maestra de nuestras vidas: lo primero fue “El Tesoro de la Juventud”, con sus cuentos de hadas y princesas e información miscelánea de historia, ciencia y geografía, y luego, el universo infinito de la literatura.
Hoy el libro corre con desventaja. La obsesiva compulsión por la pantalla está privando a nuestros niños del instrumento insustituible que es la lectura. Como creo en la argumentación fundada he decidido racionalizar por qué importa leer.
Pues bien, la invención de la escritura es posiblemente uno de los hitos primordiales en la evolución de la civilización, porque permite la preservación y transmisión del conocimiento de generación en generación y, en lo personal, adquirir, analizar, evaluar y procesar la información, desarrollar ideas, elucubrar nuevas perspectivas, adentrarse en otras realidades y otras culturas. Sin ella no es posible acceder a disciplinas como la historia, la ciencia, el arte, la ética o la filosofía.
Es lo que permite el desarrollo intelectual y el pensamiento crítico, la imaginación y la comunicación, y con ello la capacidad para resolver los más diversos problemas. La imprenta y el libro pusieron al alcance de públicos más amplios los conocimientos adquiridos y ello fue un factor insustituible en la creación de una mentalidad democrática y de mayor autonomía individual.
Es a través de la lectura que es posible desarrollar un vocabulario más rico y extenso, lo cual a su vez es un requisito indispensable para adquirir y articular ideas complejas y entender la realidad con todos sus matices y sutilezas.
Hay estudios que demuestran que una de las mayores fuentes de desigualdad es el hecho de que mientras en los sectores más vulnerables los niños manejan muy pocas palabras, entre los más privilegiados ello es varias veces superior.
La literatura nos acerca a países ignotos, nos adentra en reinos imaginarios, realidades alternativas y nos permite conocer nuevas ideas, nuevos personajes, distintas vidas y experiencias y nuevos horizontes. Más que eso, la novela es la piedra fundamental de la empatía y de la inteligencia emocional, porque permite una mejor comprensión de la naturaleza humana y hace crecer la compasión y la tolerancia y apreciar y conectar con un otro distinto.
Tengo la convicción de que nuestro engranaje moral no se ha construido solo de normas, sino principalmente de los libros clásicos y otras fuentes de las humanidades.
Mis convicciones antirracistas se consolidaron con “Madame Butterfly”, compartiendo el sufrimiento de la maravillosa japonesita; y mi adhesión a la fidelidad matrimonial no proviene tanto del séptimo mandamiento, sino del dolor de Ana Karenina o Madame Bovary. ¿Puede haber mejor iniciación al horror de la pobreza, y de la desolación que trae consigo, que “Los Miserables” de Víctor Hugo? ¿O una mejor comprensión de la diversidad infinita de la naturaleza humana que “La Comedia Humana” de Balzac, o de los conflictos de la política y del poder que el drama de Shakespeare? ¿O comprender la fuerza del amor sin Neruda?
Existe un vínculo muy fuerte entre la literatura, la democracia y la valoración de los derechos humanos. La novela, al abonar la empatía y la compasión, permite identificarse con el sufrimiento ajeno y esa es una parte constitutiva de la cultura democrática. Una población ilustrada hace posible la participación activa e informada de los asuntos públicos y una vida cívica más fecunda.
Ahora bien, releyendo lo escrito me doy cuenta de ¡cuán difícil es que la racionalidad compita con la gratificación fácil e inmediata de Tik Tok! (El Mercurio)
Lucía Santa Cruz