Nuevamente estamos monotemáticos. Tres a cuatro décadas atrás solo hablábamos de crecimiento, desarrollo y bienestar. Hoy, por el contrario, solo hablamos de crisis, ya sea de seguridad, educacional, de salud, económica y tantas otras más. Lo que sucede no es un retroceso, ya que es el mismo Chile, pero al revés. ¿Es posible que esto ocurra?, ¿cómo fue que nos dimos vuelta? Hoy debemos preguntarnos, porque esta voltereta no es un sinsentido.
Hablamos de corrupción que, en el fondo, es una descomposición del alma que, soterradamente, afecta a todo el cuerpo social. Vinculada a esta, el tráfico de influencias, cambios en el sistema político y martingalas para aferrarse al poder, inoperancia de la administración pública, la migración irregular. Todas ellas son formas de descomposición del Estado de Derecho, otra cara de la corrosión social. Pero todo esto ocurre porque el país no reacciona debidamente y continúa votando por personas que han participado, permitido o propiciado los males que nos aquejan.
Estos males vienen creciendo paulatinamente desde años atrás, a pesar de los cambios de gobierno. Y numerosos índices de todo tipo lo acusan: no son problemas transitorios. Es una caída sostenida.
Mirando hacia atrás vemos una Concertación que no fue capaz de transmitir una mística al país. No estaba en ella: fue solo un pacto electoral que se mostró exitoso. Fue exitoso porque tuvo la virtud de continuar las líneas generales de las políticas del gobierno militar, a lo que agregó también otras políticas con una orientación similar. Pero su falta de convicción en la labor realizada la llevó a la apostasía generalizada que se manifestó a partir del 2010, y que es el mejor testimonio de esa falencia.
Así, abrió las puertas a los grupos izquierdistas que exigían una radicalización ideológica y destructiva de lo existente, y que se agruparon principalmente en el Frente Amplio y el Partido Comunista, los que catalizaron el vacío cultural y político que se había ido generando en paralelo. Como complemento de lo anterior, se fue desarrollando la mediocridad, la incompetencia y el alejamiento de los políticos respecto de los problemas reales y cotidianos de la población.
La suma de todo lo que nos sucede no constituye un retroceso. Ojo: retroceso es una palabra elegante para nombrar la decadencia. Estamos frente a un problema del espíritu. Hoy necesitamos afirmarnos en la fe en cada uno de nosotros y en el conjunto chileno para mirar con esperanza el futuro. (El Mercurio)
Adolfo Ibáñez