La modernización capitalista-Claudio Hohmann

La modernización capitalista-Claudio Hohmann

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Para el rector y columnista Carlos Peña “el rápido, radical y extendido cambio en las condiciones materiales de la existencia de los chilenos y chilenas” es el fenómeno más notable que el país ha experimentado en las tres últimas décadas. A esa extraordinaria transformación de la sociedad chilena, impulsada por una economía capitalista, la denominó -no podría ser de otra forma- modernización capitalista. Desde que lo hizo, hace ya algunos años, esa noción se ha difundido ampliamente para referirse al período en el que el país vio irrumpir una creciente y vibrante generación de grupos medios emergentes, muchos de ellos salidos directamente de la pobreza. De paso, esta última se redujo a una velocidad pocas veces vista en una economía en vías de desarrollo.

Por cierto, el fenómeno chileno no es único ni mucho menos excepcional. Todos los países desarrollados pasaron por su propia modernización capitalista -y la siguen impulsando. Las instituciones, la infraestructura, los servicios sociales, las policías, se modernizaron a ojos vista, financiados con la riqueza creada al fragor de la economía capitalista.

Ningún país se ha modernizado y mucho menos alcanzado el desarrollo desde una economía distinta al capitalismo para producir riqueza. Y, desde luego, ninguno que no la haya producido ha podido modernizarse -en el sentido de superar la pobreza y de dotarse de los bienes de la modernidad. Ninguno tampoco ha alcanzado un alto desarrollo humano, como lo mide el reporte respectivo de las Naciones Unidas, a través de una fórmula distinta a la modernización capitalista. No hay un solo ejemplo.

Esto, que parece de perogrullo, no es bien apreciado por algunos sectores de la sociedad chilena, entre ellos los jóvenes de izquierda, que riñen abiertamente con el capitalismo a pesar de haber crecido a su amparo y de la abierta admiración que algunos profesan por países que están entre los más desarrollados del orbe -donde la creación y acumulación de riqueza sigue con infaltable fidelidad las reglas del capitalismo. De hecho, no se conoce otro sistema para financiar los cuantiosísimos recursos que demanda, por ejemplo, un estado de bienestar, del que disponen la mayoría de las naciones desarrolladas.

Los impuestos extraídos de una actividad económica en crecimiento y del ahorro externo (préstamos provenientes de la riqueza acumulada por economías capitalistas fiscalmente superavitarias), ha sido la fórmula de los países desarrollados para alcanzar el estatus del que gozan ya por décadas en la mayoría de los casos.

Si usted aspira a superar el capitalismo -como confesó el Presidente Boric que era el anhelo de una parte de él, justo cuando visitaba naciones de suyo capitalistas hace poco menos de un año- deberá proveerse de un sistema alternativo para crear la riqueza que requieren las naciones para desarrollarse y disponer de los recursos que financian los servicios sociales. En otras palabras, deberá encontrar el adjetivo para una modernización que usted no desea que sea “capitalista”. Pero el problema que usted tiene en ese caso es encontrar algo que no existe en ninguna parte, ni el sistema ni el adjetivo.

Puede ser que usted se haya confundido y que no es necesariamente el capitalismo lo que desearía dejar definitivamente atrás, sino que su versión más extrema, el malhadado neoliberalismo, que intenta reducir al Estado a su mínima expresión, haciendo funcionar al mercado incluso allí donde cree usted que no debiera meterse.

El problema con eso es que en el caso de Chile los cuantiosos recursos que asigna año a año el presupuesto nacional a educación y salud, y últimamente a pensiones -para financiar la PGU-, ponen en entredicho el supuesto carácter neoliberal que se le suele adjudicar sin más al modelo económico chileno. Ni qué hablar de las extraordinarias transferencias directas a los ciudadanos durante la pandemia -una de las más altas del mundo medida por persona-, que dejó exangües los fondos soberanos donde se conservaban recursos que el país había ahorrado durante los últimos 30 años. ¿Qué es exactamente lo neoliberal del modelo que había que llevar a la tumba?

En todo caso, lo que usted no debiera hacer de ninguna manera es alcanzar el poder con semejantes indefiniciones, que es lo que hizo precisamente Apruebo Dignidad. Gabriel Boric y su alianza política triunfaron en diciembre de 2021 con el vivo deseo de superar el capitalismo y de cavar la tumba del neoliberalismo -la nueva Carta Magna elaborada por la Convención Constituyente estaba lista para facilitarles las cosas. Pero no había una alternativa conocida para reemplazar al capitalismo -¿o eso era el decrecimiento?-, ni forma de enterrar al neoliberalismo sin llevarse consigo la indispensable modernización capitalista que conduce a las naciones -por ese pasillo estrecho descrito por Acemoglu y Robinson- al desarrollo pleno.

Estamos hablando de la precariedad de base de la alianza gubernamental que accedió al poder, por la que paga un duro precio en la moneda más preciada para un gobernante: su credibilidad. Boric abrazó la refundación de un país que, con todos sus problemas, estaba a la cabeza en la Región en desarrollo humano y reducción de la pobreza, un sinsentido que el resultado del plebiscito de 2022 dejó en plena evidencia. Se propuso el reemplazo de un sistema económico por uno que no existe, frenando de paso el proceso de modernización capitalista que es consustancial al desarrollo.

En la reciente Enade el Mandatario dijo haber aprendido: “Hemos tenido que corregir en el camino” aseveró con voz firme, valorando ahora el crecimiento económico sin ambages. Respecto al ostensible cambio experimentado al mando de la nación, en este mismo espacio la semana pasada José Joaquín Brunner se preguntaba “si acaso esa evolución hacia una nueva visión de país logrará irradiar más allá penetrando los varios círculos concéntricos de las izquierdas, como un incipiente intento por rehacer un camino de renovación de la izquierda chilena”. Qué más quisiera el país.

Pero un cambio de esa envergadura, que no pocos sentirán más bien forzado por las circunstancias -el duro golpe asestado por el electorado a las ideas refundacionales-, no suele asentarse mientras se ejerce el poder, avanzando por el duro camino que toca transitar a un gobierno, ni mucho menos cuando se han debido abandonar aspiraciones tan sentidas, aunque descabelladas y políticamente inviables. ¿Podrá el nuevo Boric habitando la más alta magistratura en La Moneda liderar a sus huestes por una senda que no estaba en los mapas de la nueva izquierda? ¿Irá a decirles que, al fin y al cabo, es la conocida senda de la modernización capitalista, no hay otra, por la que el país debe seguir avanzando para alcanzar el desarrollo? (El Líbero)

Claudio Hohmann