Farmacias populares y “bolsillo sin fondo”

Farmacias populares y “bolsillo sin fondo”

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Cuando en Europa del Este se inicia el cambio del modelo de planificación central al de economía de mercado, muchas empresas no cambiaron su comportamiento. Se detectó que el responsable era una restricción presupuestaria “blanda”. Las empresas, durante años, habían tenido un tercero financiando sus pérdidas y no creyeron el compromiso de que ahora no se las financiarían, de modo que continuaron siendo ineficientes.

El tema de las restricciones “blandas” o “duras” se ilustra bien con el ejemplo de un niño chico que pide algo y le decimos, “no tengo dinero” (o sea, enfrento una restricción presupuestaria “dura”). Y el niño nos dice, pero papá, si en aquella máquina se pueden sacar billetes. Son los niños instintivamente tratando de convencernos de que en realidad enfrentamos una restricción presupuestaria “blanda”: actúa como si el dinero fuese inagotable… Llamémosle el problema del “bolsillo sin fondo”.

Las personas enfrentamos una restricción presupuestaria “dura”: tenemos un ingreso y algún acceso a deuda, pero hay un límite máximo “duro” que, si se vulnera, solo nos trae problemas (juicios, prisión, remate de propiedades, etc.). Las empresas también enfrentan una restricción dura, que si se vulnera resulta en la quiebra. Es el riesgo de que ocurra un evento muy desagradable que “disciplina” a las personas y empresas: las empresas hacen un gran esfuerzo por producir al menor costo posible, para evitar la quiebra (y también, por supuesto, para tener ganancias).

El creer que existe un “bolsillo sin fondo” es el responsable de la baja eficiencia de las empresas en economías socialistas. Para resolverlo, las instituciones que potencialmente pueden subsidiarlas tienen que comprometerse creíblemente a no hacerlo. Si las empresas creen que sus recursos provienen de un “bolsillo sin fondo” gastarán excesivamente, favoreciendo los objetivos de los administradores, que pueden ser distintos a los de la empresa. Un rol de primer orden de las autoridades es evitar que las empresas que controlan “sufran” de la creencia en que existe un “bolsillo sin fondo”.

Todo esto es relevante para lo que pasó en Recoleta y los cargos que se le hicieron al alcalde Jadue. Si bien su formalización se relaciona con la operación de la Asociación de Farmacias Populares (Achifarp), puede extenderse a la operación de las farmacias populares.

Las farmacias populares operan en diferentes formatos, que resumiremos en dos. En el primero, el medicamento se vende al precio que se compra: no se cobra nada por la actividad minorista de intermediación. Esto, por supuesto, resulta en precios menores que en las farmacias de cadena o independientes. En cualquier sector en que una empresa sea subsidiada, al punto de poder vender al precio que compra, habrá una baja sustancial en el precio.

La presencia de un subsidio tiene el efecto de que la farmacia popular se cree con un “bolsillo sin fondo”: puede vender sin preocuparse de los costos y, seguramente, eso es exactamente lo que hará. Enfrenta una restricción presupuestaria “blanda”. Achifarp también operaba con una.

¿Quién paga el subsidio? Los que financian el presupuesto del municipio o a los que el municipio no les paga (proveedores), o a través de un mayor endeudamiento de la municipalidad (pagos futuros), o todos los anteriores.

El segundo formato de funcionamiento es que las municipalidades requieran que la operación de la farmacia se autofinancie. Acá, si el compromiso de no financiar un déficit es creíble, hay restricción presupuestaria “dura”, con todos los incentivos positivos que ello conlleva.

O sea, son instituciones que se llaman igual, pero que enfrentan incentivos muy diferentes.

La diferencia entre los incentivos inadecuados de las empresas socialistas y los incentivos adecuados de las empresas de una economía de mercado está, en parte, en la naturaleza de la restricción presupuestaria que enfrentan. Las empresas socialistas son ineficientes porque pueden serlo, sin consecuencias. Las empresas privadas enfrentan una restricción “dura” que genera los incentivos adecuados para la buena gestión. De ahí los resultados radicalmente distintos que finalmente vemos en un caso versus el otro.

Claudio Sapelli