Me golpeó recibir la noticia que sacudió al mundo: en Zúrich, altos directivos de FIFA detenidos por pertenecer a una «red de corrupción sistemática y desenfrenada» como los calificó la fiscal general de EE.UU., Loretta Lynch.
Dudo que el lugar y el horario elegido para llevar a cabo el operativo fuesen casuales. En el selecto Hotel Bar au Lac (lugar de alojamiento del Comité Ejecutivo de FIFA desde que Joseph Blatter asumió la presidencia del organismo en 1998) de Zúrich, los agentes pidieron las llaves de las habitaciones e ingresaron en plena noche a las piezas y se llevaron a aquellos que buscaban, a los que les espera un largo viaje a Estados Unidos, donde deberán justificar cómo dinero que pertenecía al fútbol quedó en sus cuentas corrientes.
Más que el fondo del tema, fue la forma lo que me sorprendió.
Es que el ruido de este caso lleva años creciendo. Su inicio lo encontramos el 2011, cuando el entonces candidato a presidente de FIFA, y presidente de la Confederación de Asia, el catarí Mohammed Bin Hammam, junto al vicepresidente de FIFA y presidente de la Confederación del Caribe, Centro y Norteamérica (Concacaf), Jack Warner, entregaron sobres con billetes por US$ 40 mil a presidentes de distintas asociaciones. Buscaban captar sus votos.
A uno de los beneficiados no le pareció correcto y avisó al entonces secretario general de Concacaf, Chuk Blazer, quien lo hizo público. De no haberlo hecho, habría sido cómplice.
Y ahí partió una guerra sorda y soterrada. Circularon informaciones de hechos delictivos realizados por quienes antes eran amigos inseparables. Hasta que una noche en que Blazer cenaba en su restaurante favorito de Nueva York, lo saludaron dos oficiales del FBI: «Tiene dos posibilidades. Coopera con nosotros o sale esposado de este lugar». Y Blazer ha cooperado.
Entonces la madeja se fue desenrollando hasta llegar al Hotel Bar au Lac. Las alarmas sonaron en muchas partes del mundo, pues cuesta creer que este no sea el primer eslabón de múltiples investigaciones buscando poner fin a estos actos corruptos. De hecho, la policía suiza ha manifestado que ahora investigará si hubo dolo en la elección de las sedes de Rusia (2018) y Qatar (2022) para organizar la Copa del Mundo.
A quienes fueron aprehendidos se les acusa de lavado de dinero, fraude y asociación ilícita por haber recibido comisiones ilegales de parte de las empresas Torneos y Competencias, Full Play (argentinas ambas) y la brasileña Traffic, las que poseían derechos de televisión de eventos futbolísticos internacionales.
Recuerdo que al final de mi mandato en la ANFP se me conminaba a aprobar un nuevo contrato televisivo, por la Copa América, entre Full Play y Conmebol, dejando de lado el que regía con Traffic. Tras leer el contrato con los brasileños, me negué a firmar un nuevo acuerdo, pues el anterior estaba plenamente vigente. Me fui del fútbol chileno sin haberlo firmado. Fui el único presidente que no rubricó el nuevo contrato.
Ahora es claro que se firmó y hubo compensaciones debido al cambio.
A mi juicio, a raíz de todos estos temas surge con mayor fuerza la imperiosa necesidad de parte de FIFA de poner límites en el actuar de sus dirigentes. De partida, la posibilidad de reelecciones. Hoy ilimitada, ha probado que es un fuerte abono a los actos alejados de la transparencia, pues desafía la capacidad de actuar como corresponde, ya que el correcto proceder puede significar perder votos.
Nos enseña también que productos apetecidos por el mercado mundial (y en la misma escala a nivel nacional) deben someterse a licitaciones públicas con igualdad para todos.
También la elección de las sedes de los eventos debe ser reformulada. Hay que dejar instancias para el actuar de profesionales, y después las decisiones políticas. El Comité Olímpico Internacional ha dado una clara señal: quienes postulan presentan sus antecedentes a un grupo de expertos, el que con datos objetivos y medibles decide si pueden seguir adelante. Cuando pasan ese corte, recién comienza la campaña.
En el fútbol está visto que si cumplen los requisitos, aunque generen inconvenientes operacionales o de otro tipo, tienen derecho a ganar. Y ahí nacen las sospechas.
Quiero pensar que desde ayer Joseph Blatter está meditando respecto de lo ocurrido. Su voluntad de ir a un quinto período como presidente de FIFA se ve menoscabada por estos hechos. Y deberá asumir que si es reelecto, serán cuatro años muy confusos al interior de FIFA y objeto de burlas permanentes en el exterior.
Su liderazgo claramente lo extravió. Su búsqueda constante de votos le hizo perder la brújula y dejar que situaciones como las vividas ayer en el Bar au Lac acontecieran.
El fútbol no se las merece.