A mi familia, la reforma agraria le destruyó el esfuerzo de dos generaciones. Primero, el esfuerzo de un pionero, don Máximo Puffe, que con riego logró transformar un arenal en un oasis en la Octava Región al costado del río Laja. Y después, mi padre, que formó la Hacienda La Aguada, con dos lecherías de última generación en su tiempo; fabricación de los quesos Puffe; mantequilla; crianza de vacas Holstein, por su alto rendimiento en leche; dos fábricas de cajones para frutas; las primeras extensas plantaciones de pino en la zona, según mi padre, “el futuro de Chile”.
Dos aserraderos; central eléctrica propia, que proveía de energía a la hacienda; tractores; camiones; maquinaria agrícola importada de Alemania; taller mecánico donde se reparaban motores; casas para sus obreros, donde se premiaba el mejor jardín; competencias deportivas los 18 de septiembre; carreras con sacos; palo enjabonado, carreras a caballo a la chilena; crianza de ciervos.
Potreros rectangulares protegidos por alamedas; plantaciones de maíz; silos de cemento; alfalfa, que a pesar del arenal, se cosechaba varias veces. Todo verde. Era como Europa, y recuerdo que los visitantes que querían conocer esta maravilla, al abandonar la hacienda, comentaban “¡volvemos a Chile!”.
Todo esto fue destruido por la reforma agraria, y hoy en día es un campo improductivo con parcelas de agrado. A mis padres les dejaron 80 hectáreas, de un total de 4.700.
Esta fue la triste historia, para mi familia, de la reforma agraria… y no fuimos los únicos. (El Mercurio Cartas)
Andrés Puffe Klapp