Uno de los tantos principios lógicos que enseña el Derecho, y que son tan útiles para la vida como simples en su enunciación, es que los hechos notorios no requieren prueba. Es obvio, no tendría sentido que se exigiera acreditarlos, sería una pérdida de tiempo. Maduro y sus secuaces se robaron la elección, tienen literalmente secuestrado por la fuerza a un país entero. Luego de destruir su economía, sumir a los venezolanos en la miseria, quitarle sus libertades más básicas, provocar una diáspora de víctimas y una exportación de mafias, ahora terminan de consumar el delito sumando la ignominia que entraña la impudicia.
Todo esto es evidente, ha sido hecho de manera tan obvia y burda, que ni siquiera ofende la inteligencia de la comunidad internacional, sino su dignidad. Maduro y su régimen no han hecho un mínimo esfuerzo estético, el golpe ha sido ejecutado con la ramplona estulticia que caracteriza a su cabecilla. Las bandas criminales no tienen líder, sino cabecillas.
El cínico, como bien nos enseñó La Rochefoucauld, no nos deja la escapatoria que provee el hipócrita, no nos permite ese espacio en el que se puede alegar ingenuidad o duda metódica. Con el cínico es imposible disfrazar la cobardía o la complicidad con los colores de los más altos principios. El cínico, no solo comete la falta, sino que la presume, te la enrostra y te desafía implícitamente a pararte en uno u otro lado de la línea imaginaria que él traza, no deja espacio para la neutralidad, ni tiempo para “pedir actas”.
Por eso, si bien la primera reacción de nuestro gobierno fue la correcta, con el paso de las horas y los días su actitud se ha ido deslavando, perdiendo consistencia, enredando en el desafío que siempre plantea la defensa auténtica de los principios: pagar el costo que inevitablemente exige la consistencia. A eso llamamos valentía.
Repudiar al régimen chavista no es solamente un problema de “política exterior”, como dijo el Presidente Boric. Y no lo es, porque la impudicia de Maduro no lo permite, porque no se puede tener un concepto de la democracia y la dignidad del ser humano fuera de nuestras fronteras y otro dentro de nuestro país. No se puede repudiar el chavismo en Venezuela y ejercer el poder en Chile con sus seguidores. Como tampoco se puede reivindicar la condición de demócrata y pedirles a las personas de una de las regiones más grandes e importantes del país que voten “por un soldado de Maduro”.
A estas alturas demandarle “transparencia” a Maduro, como hizo la ex presidenta Bachelet, es como pedirle a un ladrón que entregue un inventario de lo sustraído como requisito para condenarlo.
Tal vez lo único que se le pueda reconocer a Maduro es que, al ejecutar el fraude con la brutalidad que lo hizo, no dejó espacio a la ambigüedad. ¿A quién reconoce el gobierno de Chile como legítimo Presidente de Venezuela? ¿Quién ganó la elección el domingo pasado, Maduro o González? Consumado el delito con ostentación solo queda la condena o la complicidad. Nadie necesita ningún acta. (La Tercera)
Gonzalo Cordero