A dos años del Rechazo

A dos años del Rechazo

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Qué lejos parecen los días de la Convención. El circo, la ducha, los chamanes. Los Rojas Vade, las tía Pikachu, los Stingo…

También las legítimas buenas intenciones de un grupo de la población, que no representaba más que a una parte del país, pero que con la resaca del estallido social se vio sobrerepresentada. Y actuaron en consecuencia.

Dos años después, la Constitución —la enemiga del país, la fuente de todos los males, “la señorita que hay que violarla todas las veces que sea necesario”, como dijo el actual vicepresidente de la Cámara— ha dejado de ser protagonista. Ya nadie habla de ella. Ya nadie la recuerda.

Así, estamos próximos a cumplir el segundo aniversario de la expresión más flagrante de lo que Carlos Granés ha llamado el “delirio americano”: esa mezcla de utopía y demencia que ha condenado al continente a todas las penurias.

Segundo aniversario de la constitución plurinacional.

Es imposible olvidar que lo que empezó mal, terminó mal, y si hubiera que mostrarlo gráficamente, iría desde la rechifla a los niños que cantaban el himno patriótico (en la instalación) a la performance en Valparaíso con la bandera (en el cierre de la campaña).

Vivos recuerdos de una pesadilla que se inició con la quema del Metro. Y cuyos efectos fueron mucho más que los “daños marginales” que le adjudicó el diputado Winter.

Algunos siguen culpando a Piñera de “haber entregado la Constitución”, pero la verdad es que el itinerario constitucional dio un camino en una crisis sin precedentes. Y, a la luz de los hechos, y pese a la ausencia de contrafactuales, fue la mejor alternativa. O la única posible.

De alguna manera, el Rechazo fue la negativa a una Convención maximalista, identitaria e inadecuada. Simplemente no fue creíble el ofertón ni la utopía. Desde que le iba a llegar agua a Petorca, a la defensa de las semillas ancestrales.

Hoy Chile está sumido en una crisis. De ello no cabe duda. Pero solo imaginar como estaría el país bajo la constitución plurinacional es un ejercicio aterrador. No se trata de un viejo ardid conservador de que los cambios son malos en sí mismos, se trata de que varios de los cambios propuestos eran muy negativos.

De alguna forma, habría sido —siguiendo la lógica de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa— el momento en que se habría jodido Chile. Porque de ahí prácticamente no había vuelta posible.

Y del fracaso 1 vino el fracaso 2.

Y lo único en limpio que quedó fue el gran trabajo de los expertos. Y de ahí lo urgente es la reforma al sistema político. Hoy urge un acuerdo para reformar la reforma a la Constitución que terminó con el binominal. Y dado que ese acuerdo requiere ser una reforma constitucional, es probable que solo en este Parlamento se logre el quorum con los grandes conglomerados. La próxima elección probablemente va a ser imposible llegar a acuerdo porque va a estar más atomizado.

Pero en sí misma, la Constitución dejó de ser el resumidero de todos los males. Tal vez era necesaria su muerte para que volviera a nacer. Tal vez uno de estos días la veamos bailar, al ritmo de las Tesis, “y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni como vestía…”.

Mientras tanto, el quiosco que instaló el Gobierno para promocionar el texto en la plaza de la Constitución habría que reinstalarlo. Y seguir entregándolo para no olvidar los peligros que se corren (como cuando se dejan los botes que se han internado tras un tsunami, para que a la gente no se le olvide la fuerza del mar) cuando se excluye a una parte relevante del país.

Y para recordar la frase que, tal vez, mejor resume todo el primer proceso constitucional (dicha por el filósofo español Fernando Savater): “Chalados ha habido siempre en el mundo; el problema es que hagan constituciones”. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias