Esperanza

Esperanza

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Otto von Bismarck, el canciller de hierro prusiano que unificó los estados alemanes en el siglo XIX poseía un carácter fuerte que se reflejaba en la dura expresión de su rostro, pero al mismo tiempo poseía un gran pragmatismo, algo de cinismo y sentido del humor.

Un amigo me recordaba hace poco una famosa frase de Bismarck con relación a los Estados Unidos, en la cual se refería irónicamente a todas las potencialidades con que ya entonces esa república contaba. La frase decía: “La gracia de Dios tiene un lugar especial en su corazón para proteger a los borrachos, a los locos y a los Estados Unidos de América”.

Algo de razón tenía el hombre, porque ya cerca de la próxima elección presidencial, los años y la tozudez atrapaban a Joe Biden, quien, venido a menos por el peso de los años, atenazado por lapsus y lagunas mentales, cuidando su frágil caminar, se mostraba incapaz de encarnar una esperanza de futuro pese a haber realizado una buena presidencia, con más virtudes que errores, con decencia y dignidad. Trump, su adversario quien tampoco es un lirio, y comete errores no forzados con cierta frecuencia, (en verdad no se sabe si son producto de la edad o de su ignorancia), se veía más fuerte y vigoroso, jugaba con Biden al gato y al ratón, sin piedad, con insultos y sarcasmos, usando sobrenombres infantiles, como señaló Obama, y se pavoneaba sintiendo segura su victoria, acentuando con desdén su mensaje reaccionario, amenazante y excluyente. Además, un condenable atentado del cual afortunadamente zafó, le había permitido cubrir su agresividad con tonos de epopeya.

Pero un acontecimiento lo cambió todo, la renuncia de Biden a la candidatura demócrata y el empoderamiento casi instantáneo de una mujer que mostró una capacidad notable, Kamala Harris. En pocos días se transformó en una esperanza progresista volcada al futuro, con inteligencia y gracia y, con una firmeza civilizada que ha abierto una ilusión no solo para Estados Unidos si no para todos los demócratas en el mundo que enfrentan con angustia el devenir de un mundo turbulento e inseguro, peligroso, con dos guerras en curso en vía de expansión, en el que se fortalecen posiciones autoritarias y violentas.

El peligro de que un hombre como Trump, que mostró en los hechos su desprecio por la alternancia democrática, dirija nuevamente la principal potencia mundial no está sin embargo conjurado. Atravesamos tiempos volátiles, de cambios acelerados en los cuales muchos sectores sociales se perciben, con razón, excluidos y florecen los demagogos y sus promesas simplistas. La carrera electoral será estrecha y áspera.

Alexis de Tocqueville, el gran analista de los albores de los Estados Unidos, señalaba que “es más fácil para el mundo aceptar una mentira simple que una verdad compleja”.

Pero ello no es inevitable como parecía hace solo unas cuantas semanas. Han cambiado las cifras, se han atenuado las frases guerreras y ha renacido el entusiasmo de quienes no insultan, razonan y no consideran al adversario un enemigo.

La ancha sonrisa de Kamala y sus propuestas que se orientan a conjugar más libertad, más pluralismo y más igualdad han iluminado un panorama sombrío para la democracia. Es enorme la diferencia entre las voces racionales y humanistas de su entorno y el rostro enfurruñado de un mesianismo brutal que ostentan Trump y sus epígonos. No es del todo claro si éste cambiará su estrategia electoral, pero no le será fácil encarnar un personaje con terminaciones intelectuales más finas.

Los resultados de esa elección no serán ajenos a nuestro futuro.

Vivimos tiempos difíciles, con un gran desfase entre los avances científicos y tecnológicos en el mundo instrumental y la capacidad de una convivencia pacífica que genere una humanidad mejor y un planeta sustentable y civilizado en el mundo normativo.

No estaban equivocados ni Zygmunt Bauman cuando hablaba de los tiempos líquidos, ni Ulrich Beck cuando hablaba de la sociedad del riesgo, solo que en el actual desorden geopolítico la liquidez, la volatilidad, la desigualdad y el riesgo se vuelven cada vez más difíciles de manejar. La actual fragmentación económica hace al mundo más inhóspito, las diferencias más irreducibles, la violencia mayor, y se hace cada vez más difícil vivir juntos.

La política y sobre todo el sistema político democrático, que recordémoslo una vez más, no es mayoritario en el mundo, requiere cada vez de más esfuerzo para que sus valores sobrevivan y para adaptarse a nuevos desafíos que cambiará nuestro modo de vida de manera radical.

Si ello no se logra, la tentación autoritaria crecerá y las reglas serán impuestas desde arriba, tenderá a desaparecer el sujeto político y florecerán las tribus, las identidades cerradas, los fanatismos y finalmente las guerras. La convivencia en base a una acumulación civilizatoria con valores compartidos se restringirá.

Ya tenemos matones en el poder de todos los colores, no necesitamos más Putines, más Netanyahus, más Khameneies, más Erdoganes, más Maduros, más Bukeles ni más Ortegas, solo por nombrar algunos.

En este cuadro resulta muy importante que en Chile no perdamos una visión realista y ponderada de lo que hemos avanzado y logrado como país, como tampoco de los problemas y desafíos que enfrentamos, evitando percepciones simplistas o fanáticas y afirmaciones toscas y categóricas que creen poseer todas las respuestas y descalifican a quien piensa diferente.

Para enfrentar los problemas y desafíos de hoy y mañana nos necesitamos todos.Llevamos más de diez años cometiendo demasiados errores y extravíos, ello nos ha conducido a un estancamiento en muchos planos. Solo una gran resiliencia ha evitado hundirnos en una mediocridad mayor, pero si la actual situación se prolonga la mediocridad se transformará en decadencia.

Necesitamos con urgencia volver a crecer significativamente, combatir con eficacia la criminalidad organizada y globalizada, fortalecer nuestra democracia a través de un adversariedad constructiva, que conjugue junto al debate y la crítica también una búsqueda sincera de acuerdos. Solo por ese camino Chile retomará la vía que lo llevó a la cabeza de la región en casi todos los indicadores económicos, sociales y políticos hace veinte años.

No son tiempos para mezquindades y trifulcas, ojalá todos los partidos de orientación democrática sean ellos de izquierda, de centro o de derecha, más allá de la competencia electoral, comprendan que el entrevero permanente y la mala leche degrada la vida democrática y solo favorece a los sectores extremos cuyos referentes políticos, como bien sabemos, son los gobiernos autoritarios de diverso pelaje. (La Tercera)

Ernesto Ottone