La técnica es muy sencilla. Ya la usó el Presidente para llegar al poder y ahora vuelve a servirse de ella para enfrentar, con su alta desaprobación, las elecciones y esconder la incapacidad de abordar y solucionar los graves problemas del país.
Las mismas dificultades que se observan hoy, aunque mucho menos acuciantes entonces, son las que la izquierda utilizó antes como instrumento para sembrar el descontento, luego la rabia-odio y, a continuación, la benevolencia frente a la expresión lógica de esos malos sentimientos, la violencia destructora.
Usó los errados diagnósticos del PNUD para arengar el descontento y diseccionó todo lo que había catapultado a Chile al desarrollo para desacreditarlo. Michelle Bachelet fue una maestra en reemplazar la agitación de la lucha de clases por el “malestar ciudadano” y en promover el descontento frente a los “abusos y las desigualdades”. Los jóvenes comunistas y del Frente Amplio nos dieron una lección acerca de cómo usar la educación como arma de resentimiento y legitimar las movilizaciones violentas, a partir del primer gobierno de derecha en 2011.
Los problemas de un país que se desarrollaba aceleradamente podían seguir resolviéndose con buenas políticas públicas, o bien errar el camino profundizándose las dificultades y caer la nación en la trampa de los ingresos medios, como ha ocurrido a tantas. Y exactamente eso es lo que le ha pasado a Chile. La seguridad es ahora una calamidad nacional, entrelazada con narcotráfico y crimen organizado. La falta de crecimiento de la economía, que la izquierda daba por descontado, se visualiza cada vez peor, con expectativas del 1,8% anual a futuro. De la educación gratuita y de calidad, ni hablar, porque el diagnóstico es devastador, a pesar que antes fue un factor clave para convertir a Chile en el país con mayor movilidad social de la OCDE. Para qué seguir.
Por eso, no fue casual la estudiada intervención del Presidente Boric en una bullada causa judicial, para aplaudir la prisión preventiva de Luis Hermosilla. El Mandatario planificó usar el escándalo que desataron las declaraciones de impunidad de un penalista y operador político famoso para repetir la exitosa estrategia de dividir y provocar odio contra sus adversarios, como si él fuera el bienaventurado único que censura la corrupción.
Su segunda intervención sobre el mismo hecho, una semana después, donde agrega que además siente “alegría” porque un poderoso enfrente a la justicia (como si fuera a prisión preventiva en tanto poderoso y no por la comisión de delitos), tampoco fue espontánea ni casual. Fue premeditada y diseñada en su Segundo Piso para permitirle retomar la posición de la que gozaba antes como dirigente estudiantil y diputado activista: la del justiciero frente a “la élite que cree que a los poderosos no se les puede tocar”, como señaló el lunes.
Sabía qué teclas toca frente a una ciudadanía que no ha superado la desconfianza en sus instituciones y donde el 77% cree que no hay igualdad frente a la ley. Un porcentaje levemente inferior, 65%, cree que la justicia se deja influir por los poderosos (Cadem). Por eso, no trepidó en contradecir a los mismos tres ministros a los cuales había pedido días antes salir a aplacar las críticas que suscitó su primera intervención, en una pauta de educación, que coincidir con el momento en que la jueza dispusiera la prisión preventiva de Hermosilla. Aunque la ministra del Interior había dicho que “el Gobierno menos que nadie quiere politizar la causa”, la verdad es que el Presidente sí la quiere politizar, específicamente contra la derecha, ayudado por el “cherry picking” que denunció la defensa del abogado respecto de la elección de mensajes de su celular que la Fiscalía filtra a los medios de comunicación.
Usar este caso ha sido la pauta de La Moneda a los partidos oficialistas. El caso Audio cayó como anillo al dedo ad portas de las elecciones de acaldes y gobernadores de octubre, para un gobierno que teme otra derrota estrepitosa. Pero no por nada, porque sabe que está al debe con la reconstrucción por los incendios en La Araucanía y Valparaíso. O que no ha sacado adelante ni una reforma importante (como la previsional), por su obcecación con el programa derrotado en el plebiscito de hace dos años. O que es incapaz de entender que las señales para reactivar la inversión no son las de la boca para afuera, cuando sigue la desconfianza oficialista en la empresa privada y el mercado. O que ni siquiera tiene la fuerza para promover la reforma al sistema político que hundió al país en el multipartidismo anárquico.
A Boric le gusta repetir “no olvidamos de dónde venimos” y por eso indultó a los delincuentes de la “primera línea” que fueron el símbolo de la destrucción del orden público y el estado de derecho, sembrando la anomia y la desconfianza en las instituciones, donde a los carabineros nuestras actuales autoridades trataban de “asesinos” y al Presidente buscaron destituirlo dos veces.
Sin la tríada descontento, odio-ira- y violencia, Boric no habría llegado nunca al poder. Y lo que está haciendo ahora es retomar la estrategia de sembrar resentimiento y odio contra la derecha, ad portas de las elecciones.
Pero olvida que él ya no parte de un país ordenado. La anomia y la desconfianza siguen muy presentes. La legitimación de la violencia, que él mismo justificó, continúa también latente. Si antes le valió despertar al león para derrotar a los poderosos (sus adversarios políticos), ahora es él el ser más poderoso de Chile.
Ahí están los varios proyectos de retiros de los fondos previsionales en que siguen insistiendo sus aliados, aunque ahora el gobierno rechaza la idea por el incalculable daño que provocaron. Son los mismos que están intentando legislar fuera de la Constitución, como lo hicieron antes contra Sebastián Piñera. Les resultó una vez (aprobaron la admisibilidad de proyecto para extender el post natal en la Cámara) y la otra no (para reformar el seguro de cesantía), cuando fue la oposición la que defendió férreamente las facultades exclusivas de Boric. “La h…, es el mundo al revés”, exclamó la presidenta comunista de la Cámara, Karol Cariola, el lunes pasado.
Lo es. Pero valga la advertencia al Presidente que juega sobre un campo minado, porque las fuerzas desestabilizadoras que él desató, están aún presentes y algunas, agravadas. (El Líbero)
Pilar Molina