Consenso, solidaridad y nación

Consenso, solidaridad y nación

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Ha sido un refrán recurrente de los años recientes el lamentar la pérdida de los consensos. Treinta o veinte años atrás sabíamos ponernos de acuerdo, se dice, y en consecuencia el país avanzaba. Hay mucho de pertinente en esa añoranza, en el recuerdo de que no hace tanto algo así era posible. Pero este relato, con todo lo que tiene de verdadero, dirige nuestra mirada de manera muy exclusiva al consenso explícito, al resultado de una deliberación racional. Vale la pena recordar que ese tipo de consonancia reposa sobre un acuerdo mucho más decisivo.

Los consensos expresos de una sociedad siempre descansan, en efecto, sobre algo más hondo. No hay países articulados en puro patriotismo constitucional. Nos podemos poner de acuerdo si en algún sentido ya somos uno. Hay una unidad que antecede el acuerdo, una solidaridad de afectos y pertenencia. Esa solidaridad de fondo no siempre es visible. No es explícita como las fotos con las que se sella un acuerdo. No emerge ante nuestra mirada tras la actividad consciente de nuestros representantes. La mayor parte del tiempo se nos oculta. Pero en eventos singulares como la fiesta también ella se presenta ante nuestros ojos.

Y cuando emerge, como en las celebraciones de esta semana, nos recuerda lo enorme que es su realidad. Lo que se ve, después de todo, es apenas lo que se logra manifestar a los ojos, la punta de un iceberg mucho más hondo de experiencia humana. Si hay fiesta es porque por debajo pasan corrientes más profundas, sentimientos de gratitud por el pasado, alegría en el presente, deuda recíproca, proyección compartida. No hay que hacerse ilusiones sobre la densidad de esos sentimientos, pero tampoco hay que ignorar cuán reales son.

De aquí cabe a su vez sacar al menos dos conclusiones, una de carácter negativo y otra de tono positivo. La de carácter negativo se relaciona con nuestro pasado más reciente, con la experiencia del estallido y la Convención. ¿Fue el estallido resultado de la ausencia de consensos que permitan encauzar las demandas ciudadanas? ¿Fue la Convención expresión de una política agonista que reniega todo acuerdo y solo busca imponerse? Pueden describirse así. Pero este común diagnóstico se limita al nivel de los consensos explícitos. Para comprender de qué nos salvamos, vale la pena recordar que se intentó violar no solo el consenso explícito, sino la solidaridad implícita. El proceso del que el país salió airoso no fue solo una impugnación de los consensos de los 30 años, sino una impugnación de la solidaridad más honda que hace posible todo consenso.

Pero de ahí que pueda sacarse también una conclusión positiva. Es posible recuperar algo de consenso precisamente porque el sustrato que lo hace posible aún está ahí. La responsabilidad de la política consciente y deliberada es enorme no porque el corazón de la vida esté en ella, sino porque hay algo más fundamental que la sostiene. A partir de ahí hay que construir el Chile de los próximos años. (El Mercurio)

Manfred Svensson