Cobró ante mí

Cobró ante mí

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Pasan y pasan los gobiernos. Anuncios tras anuncios, los notarios siguen donde mismo. Cada vez con más atribuciones, tal como es cada vez más la gente que se agolpa afuera de sus oficinas.

Se trata de una actividad con muchos amigos. Y muchos parientes. Recientemente se acaba de mostrar que más del 50% de los notarios y conservadores tienen algún parentesco con parlamentarios o con miembros del Poder Judicial.

¿Sorprendente? Para nada.

Como bien lo resumió hace algunos años un juez de la Corte Suprema: “Todos estamos emparentados. De hecho, muchos notarios tienen hijos o hijas de ministros trabajando en esos lugares. No nos vamos a ver la suerte entre gitanos, eso siempre ha sido así. Pero también hay hijos de políticos. Así que ahí está la respuesta de por qué el sistema no se va a reformar nunca”.

Hace algunos años la Fiscalía Nacional Económica ratificó lo que todos sabíamos: que las notarías son un anacronismo y un gran escándalo.

El motivo del lento avance de todas las reformas no es solo el eficiente lobby de los notarios, sino, principalmente, la gran parentela y los buenos amigos. Son más de 30 los proyectos de ley presentados para reformar el sistema que se han desdibujado rápidamente en el Congreso.

Así, se anuncian y anuncian reformas. Pero ahí están los notarios.

Viendo pasar el tiempo.

Eso explica, seguramente, el hecho de que la comisión de Constitución de la Cámara Alta haya eliminado recientemente la figura de los fedatarios, una de las innovaciones que traía el proyecto de ley de reforma y que contribuiría a brindar más competencia.

Ir a una notaría es retroceder en el tiempo. Salvo escasas excepciones, se trata de lugares hacinados de gente, donde no existe ni una silla para esperar, donde incluso ¡todavía funcionan las máquinas de escribir! Se paga un alto precio por un papel en el que el notario dice “firmó ante mí”, pese a que el notario prácticamente nunca “firma ante mí”.

De acuerdo al estudio que hizo aquella vez la Fiscalía Económica, las personas tardaban aproximadamente 1 hora y 13 minutos en realizar trámites notariales, muchas veces en cosas que no sirven de nada. No se ha actualizado el estudio, pero probablemente hoy se deben demorar más tiempo y deben ser más caros.

Mientras tanto, paradójicamente, salen y salen leyes del Congreso que requieren un trámite notarial. Así, es inaceptable que al amparo del Estado se amparen las capturas de rentas millonarias. Eso explica el apetito por ocupar este tipo de cargos y, por cierto, las resistencias por introducir modificaciones al sistema.

Y aquí está la clave.

Se trata de revisar todos los trámites notariales exigidos por la ley para darse cuenta de que la mayoría podría hacerse de otra forma o simplemente no hacerse. “Desnotarizar” debiese ser la primera gran consigna.

Y la segunda: abrir el “mercado notarial”. No se debe seguir discutiendo si ampliar o no el número de notarios o de mejorar la designación. Se trata simplemente de que quien quiera y cumpla los requisitos, debidamente regulados, pueda abrir una notaría. Sin designaciones a dedo. Sin pitutos. Sin restricciones de ingreso.

Si se rompiera la protección de la industria, no solo se acabarían las colas, también se acabarían los altos precios, se acabarían las largas esperas y —lo más importante— se acabaría la pesadilla actual. Los notarios se defienden alertando de los riesgos que puede suponer una reforma que pueda significar “bajar los niveles de calidad y de certeza jurídica”. Las mismas reflexiones que hacían los gremios en la Edad Media para impedir la competencia.

Afortunadamente, en poco tiempo la tecnología terminará con las notarías. Como la tecnología terminó con los faroleros. O con los deshollinadores. Ya ha surgido el blockchain (cadena de bloques), que a través de una enorme base de datos con información distribuida en nodos (computadores), queda guardado el registro para siempre. Sin filas. Sin esperas. Sin que nadie firme ante nadie.

Es de esperar que el futuro llegue luego. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias