Hasta su elección, Javier Milei no fue santo de mi devoción. Se parecía demasiado a los candidatos gritones y enojados que, desde una derecha que fuerza la incorrección, insultan todo lo que se mueva más allá de sus narices y dividen entre buenos (ellos) y malos (el resto).
En segunda vuelta aceptó la mano lánguida de Mauricio Macri y la centroderecha: ganarle al peronismo y aspirar a gobernar exigía el sacrificio. Recibiría un país en llamas: inflación sobre 200% (la más alta del mundo), la mitad de la población bajo la línea de la pobreza, deuda fiscal multimillonaria y un lamentable etcétera (para miles de jóvenes argentinos el único futuro posible estaba fuera de sus fronteras).
Con nueve meses en el poder, debe reconocerse que la consistencia del Presidente Milei podría estar cambiando el rumbo de Argentina. Si bien son tiempos difíciles, que golpean especialmente a la clase media sometida a un ajuste feroz, el ánimo social lo acompaña: resistencia a un mal momento a la espera de algo mejor; respaldo a sus medidas, y popularidad casi intacta.
Según la encuesta “La Argentina Believer” (Burdman&Isasi) publicada esta semana, Javier Milei tiene un respaldo del 53%, y el 59% está de acuerdo en que recibió “la peor herencia en 40 años de democracia”. Mientras el 61% admite que en su día a día la economía no está recuperándose, el 50% cree que el gobierno va en el rumbo correcto.
Lo más sorprendente es el apoyo masivo a medidas que en cualquier país de América Latina prenderían la mecha en las calles. Entre otros: un 69% respalda el recorte de gasto público y eliminación de ministerios; 65%, la creación de un régimen especial de grandes inversiones; 59%, los recortes en subsidios de energía y transporte; 66% declara servicio esencial a ciertas actividades para que no haya huelgas; 70%, el “protocolo antipiquetes”.
No hay magia. Primero, Milei advirtió que, si era elegido, lo que venía sería difícil: puso todas las expectativas en el peor escenario y planteó metas con un horizonte de 50 años. Un político que se animó a decir que lo mejor vendrá ¡dentro de medio siglo!
Segundo: hace lo que dijo que haría. Cierra servicios públicos (“cotos de caza de la casta”), focaliza subsidios. Suspendió la obra pública, el bolsón de corrupción más extendido en Argentina. Renunció a su jubilación presidencial.
Con casi la única ley que ha logrado aprobar, en un Congreso opositor, terminó con decenas de regulaciones que ahogaban la actividad económica. Nombró a un “ministro de la Desregulación y Transformación del Estado”, para seguir podando la maraña de leyes y permisos. Y acaba de anunciar una Ley de Presupuesto para el 2025 con déficit cero, es decir, recorte a lo largo y ancho del aparato público.
Tercero: Milei no teme a la impopularidad. No frena conflictos, los profundiza. Acaba de vetar un aumento de las jubilaciones impulsado por la oposición (veto altamente rechazado en la misma encuesta). Y respondió a los reiterados paros de los sindicatos de Aerolíneas Argentinas anunciando la privatización de la empresa estatal.
En su estreno como viceministro de Economía, el chileno-argentino José Luis Daza dijo esta semana en un foro que “si la Argentina cumple con lo que quiere hacer el Presidente Milei, no hay ningún país en el mundo en los próximos 30 años que vaya a tener más éxito”.
Nos gustaría que ese optimismo se materializara, no solo por los vecinos, también por Chile, ávido de un cambio de rumbo. Y de la demostración de que los problemas económicos y sociales no son consecuencia de conspiraciones neoliberales, sino el resultado de malas decisiones. (La Tercera)
Isabel Plá